Cuando a Antonio Machado se le ocurrió escribir Campos de Castilla, debió tener ante sus ojos un paisaje como el que hace unos meses me encontré en Valdeavellano de Tera, mi pueblo adoptivo de Soria. Es donde paso gran parte de mis días libres, una especie de retiro espiritual que me permite hacer frente al estrés y recuperar el sentido. No en vano este pueblo se enclava en un valle llamado, precisamente, el Valle del Razón.
A diferencia de Machado, que probablemente se ocupó de grabar esa imagen en su mente para luego transformarla en letras, yo me preocupé porque no llevaba mi cámara réflex al hombro. Y es que solo había salido a dar un paseo con Bourbon, mi compañero canino, por esa preciosa pradera que aquí llaman La Vega. Menos mal que llevaba un teléfono móvil de los de ahora, que son de todo menos teléfonos, y pude inmortalizar esa luz tan especial que hizo acto de presencia al atardecer de un día lluvioso de abril. El resultado es la foto principal que ilustra este artículo.
Nunca he tenido pueblo. Aunque tengo ascendencia soriana, pues mi bisabuelo paterno era de Herrera y vivió en Casarejos antes de emigrar a Donostia, esa parte de mi famlia apenas conservó contacto con su lugar de origen. Desde niño me ha inquietado aquello de «irse al pueblo«, pero hasta hace unos años no lo he podido practicar. Ahora he hecho mío el pueblo de mi compañera Rebeca. Se llama Valdeavellano de Tera, y está en Soria.
Los habitantes de Valdeavellano son conocidos como «vacones«. Hace algunos años, muchos de sus vecinos se ganaban la vida gracias al ganado. A tenor de lo que comenta mi suegro Segun, media docena de vacas podían dar de comer a una familia, siempre que produjeran suficiente leche para comercializar. A mis oídos ha llegado que los jóvenes del pueblo organizaron hace más de una década un festival de música llamado «Moñiga rock», en honor a los monumentos que las vacas se encargaban de sembrar en sus calles cada día. Hoy en día quedan muchas menos vacas y no son pintas sino más bien pardas o coloradas, lo que en euskara llamamos rojas.
Desde la primera vez que recalé en este pintoresco pueblo del Valle del Razón, he sido acogido con hospitalidad familiar. Y es que en las calles de Valdeavellano de Tera todo el mundo te saluda por tu nombre, incluso con el mío que para algunos es impronunciable. Durante los festejos en honor a la Virgen y San Roque, en agosto, los forasteros que acuden por primera vez a las fiestas suelen disfrutar de un inesperado y refrescante chapuzón cuando son arrojados al pilón, una de las fuentes del pueblo, la que precisamente ilustra la portada de la web del Ayuntamiento de Valdeavellano de Tera.
Los solteros y las solteras se reúnen para comer caldereta en el prado de los mozos. Pero es sabido que el mejor vino está en el de los casados, que además tienen asadurillas. Yo ya he pasado por el prado de los mozos, primero, y el de casados, después. En este último tuve el honor de protagonizar el ancestral rito de fregar las perolas. También he gozado del baño en el pilón, así que suelo bromear asegurando que ya soy un vacón con plenos derechos.
La familia del pueblo es ya mi familia. La abuela María nos regala una bolsa de las magdalenas de Pablo el panadero y un chorizo elaborado por su sobrina de Tera cada vez que pasamos a despedirnos después de varios días de estancia. Le guardo especial cariño desde que me hizo sonrojar con su sana carcajada el día que un amigo de la ciudad y yo acudimos a su cuadra a hacer acopio de leña y tratamos con muy poca maña de astillar la madera. «¿Vosotros no cortabais troncos?», nos preguntó entre contagiosas risas. Mención aparte merece la cocina de la madre de la Rebe, Carmen, resultado de unos fogones castellanos a todas luces. El congrio, las asadurillas, el conejo y la paleta de cordero asada… No hay palabras para describirlo.
La mejor forma de socializar en el pueblo es acudir puntualmente al vermú, en el que se reparten interminables rondas y se conversa sobre las novedades del pueblo. Es el «Valdeavellano News«, o el «Valdeavellano Today«, como me suele gustar decir. Disfrutar de sus fiestas también es una buena forma de integrarse, en verano o en invierno. En febrero se celebran las de San Blas, que en gran parte se desarrollan al abrigo del salón de fiestas del Ayuntamiento. Se reparten roscas con anisetes, se bailan pasodobles y suenan las dulzainas.
En verano se multiplican las verbenas, tanto en Valdeavellano de Tera como en pueblos colindantes como Villar del Ala, Sotillo del Rincón, Almarza y El Royo. Por estos lares, la cultura y la afición a la verbena es digna de ser sometida a estudio sociológico. En la de la tarde se juntan jóvenes, niños y mayores, y la de la noche la cierran más bien los rezagados, afectados quizá por los cantos de sirena del zurracapote. Durante el día se celebran juegos de bolos, la tanguilla y partidas de guiñote y uno de los días los mozos y mozas organizan la gallofa para ir de casa en casa a ver qué se les ofrece en cada puerta. Hace un par de años se recuperaron las danzas tradicionales de Valdeavellano, y hoy son una de las atracciones más concurridas de la fiesta.
El Valle del Razón es conocido como «La pequeña Suiza soriana«, porque a pesar de la fama que tiene la provincia esta es una zona muy verde incluso en los meses de verano. Es conocida también como El Valle, a secas, aunque en realidad es el valle de los ríos Tera, Razón y Razoncillo. Sus pueblos están rodeados de prados y los bosques están plagados de robles, encinas y acebos que se enmarcan dentro de la Reserva Regional de Caza de Urbión. En el centro del valle, por donde discurre el río Razón, hay una vasta extensión de pastos a la que llaman La Vega. En verano, una vez que se haya segado y recogido la hierba, las vacas y terneros que aún forman parte de la economía vacona campan a sus anchas en este enorme y precioso prado. Para esas fechas la pradera ya se encuentra bastante seca, aunque en primavera la hierba está verde y húmeda, y las cigüeñas se posan en ella para descansar.
En Valdeavellano de Tera la naturaleza está a los pies de la puerta de casa. Solo tengo que salir a la calle, cruzar un portón y puedo adentrarme sin dilación en un prado que me llevará al siguiente, y así sucesivamente, hasta llegar al bosque. Un poco más allá del lavadero de Santa Ana, a la sombra de cuatro chopos, se encuentra la conocida como la Fuente Labrá, un manantial en el que el agua surge desde el suelo, haciendo divertidas burbujitas. Me lo descubrió mi amigo Julián recientemente y ahora ya sé dónde llenar la cantimplora antes de dar un paseo por el monte. Hay muchas opciones para hacer senderismo en el Valle del Razón, ya sea por la ladera sur de la Sierra Cebollera y su laguna, o bien ascendiendo por Sierra Guardatillo para llegar a La Soriana. En los alrededores también se puede practicar la micología y recoger hongos, níscalos y senderillas, cada una en su zona y respectiva temporada.
A finales de septiembre o comienzos de octubre se produce en el Valle del Razón uno de los fenómenos más esperados del año. La primera vez que fui a Valdeavellano con Rebeca fue expresamente para conocer la berrea de los ciervos, y desde entonces trato de acudir todos los años para disfrutar de este precioso ritual de la naturaleza. Al alba, los machos comienzan a berrear con todas sus fuerzas para retar al resto de ciervos a batirse a golpe de cuerno. Los más fuertes, los ganadores, gozarán del beneficio de las hembras. Durante toda la noche y parte de la mañana se escucha desde el pueblo el sonido casi fantasmagórico que producen los ciervos. Las noches de berrea son noches mágicas, como podréis observar en este vídeo que realicé en aquella ocasión.
El clima en mi pueblo de adopción roza los extremos. En invierno nieva copiosamente, y las temperaturas caen por debajo de 0 grados. En verano pueden llegar a los 40 grados por el día y bajan considerablemente por la noche, lo que permite descansar sin miedo al excesivo calor. Afortunadamente es un clima sano, un ambiente seco en comparación a lo que yo estoy acostumbrado en la costa. Si en zonas de mucha humedad el frío llega sin remedio hasta los huesos, en esta parte de la provincia de Soria es suficiente con abrigarse con varias capas. En verano, en mi opinión, el calor se aguanta mejor y por la noche refresca que da gusto.
La vida en Valdeavellano transcurre entre lo cotidiano y lo excepcional. En invierno los habitantes rondan el centenar, pero en verano se multiplican con la llegada de los veraneantes y turistas. A mí me encantan los meses de otoño e invierno, cuando el frío empieza a dejarse sentir. Una de mis actividades preferidas consiste en recorrer las calles del pueblo al olor de las chimeneas de leña para ir a comprar pan y volver con una torta de azúcar para desayunar. La conexión wifi me la proporciona amablemente el Hostal Cebollera, donde no es de extrañar que almuerce un Torrezno de Soria, una marca de garantía. Para comer chuletón os recomiendo el Mesón de Sime, en el Centro de Turismo Rural Villabamba probé una vez un cocido madrileño insuperable, y si se os antoja una careta frita no dudéis en ir al Pololo. Ni qué decir de los embutidos y la carne del León, en el vecino pueblo de Sotillo del Rincón.
La verdad es que pese a su tamaño Valdeavellano de Tera tiene una infraestructura turística y hostelera considerable: El Camping Entrerobles, el Hotel Tera Termal Spa, los apartamentos Sierra Guardatillo y los anteriormente citados Hostal Cebollera y Villabamba, además de tres bares restaurantes… Recientemente han creado un centro de interpretación de la mantequilla, en homenaje al más famoso y preciado de los productos sorianos que al parecer tuvo su origen en El Valle: La Mantequilla de Soria, hoy en día una denominación de origen protegida.
Aunque a primera vista no lo parezca, El Valle cuenta con una historia milenaria. De la Edad de Bronce data un enorme menhir encontrado en Villar del Ala que actualmente se conserva en el Museo Numantino. En Valdeavellano de Tera, cerca de la Ermita de las Espinillas, aún se conservan restos de un castro celta o celtíbero, así como en Sotillo del Rincón y en la pedanía de Molinos de Razón. Por aquí pasaron arévacos y visigodos, y en la Edad Media llegó a pertenecer al Reino de Navarra.
Recientemente encontré en uno de mis paseos por La Vega lo que parece ser un menhir, pero no sé si se trata de un monolito funerario. No sería de extrañar. En Valdeavellano de Tera los muertos descansan bajo un manto de estrellas. En las noches de raso la vía láctea se muestra descarada. El cementerio está ubicado en una de las zonas con menor iluminación artificial, y es buen sitio para observar el cielo estrellado.