El reglamento marítimo dicta que cuando se navega por aguas de un país, debe izarse a estribor la bandera nacional correspondiente, mientras que la propia ha de ondear siempre a popa. Esto es relativamente sencillo cuando se realiza un crucero por aguas de un solo país, pero puede llegar a ser motivo de conflicto si uno no se entera de que ya no está en Turquía sino en Grecia, más aún teniendo en cuenta las históricas disputas entre ambas naciones.
Hay un momento de los viajes que me gusta especialmente. Es curioso, y puede parecer paradójico… Es el instante en el que acaba el viaje y regreso a lo que llamo el campo base: Donostia. Una vez superado el sentimiento agridulce que provoca el hecho de que la aventura llegue a su fin, me embarga una sensación mágica. Resulta un poco difícil explicarlo con palabras. Es una especie de jet lag sentimental.
Fotografía de portada cc-by-sa-nc Stefou!
cc-by-sa-nc Robin Lee
De pronto vuelvo a la normalidad, quedo con un amigo, y nos tomamos unas cervezas en el bar de siempre, en el barrio de siempre. Ése del que tantas veces hemos dicho estar hartos, del que tantas veces hemos soñado con escapar. Ese instante, en el que miro a mi alrededor, a mi vida cotidiana, con calma, después de haber vivido sensaciones tan intensas… Es para mi irrepetible y sólo se produce una vez tras cada viaje. A pocas horas y muchas millas de algún destino que siempre resulta exótico, de repente me percato de cosas que la rutina suele impedirme disfrutar. Es cuando me doy cuenta de lo mucho que valoro lo que tengo, lo que veo todos los días. Para mí es una lección magistral que aprendo tras cada viaje.
Pues bien, cuento todo esto para trasladaros una anéctoda que precisamente ocurrió cuando volví en junio pasado después de navegar en Turquía. Y sus protagonistas principales son mis sobrinos. La pequeña se llama Saoirse, Laida es la de enmedio, y Manex el mayor, de cuatro añitos. Quizá precisamente por eso, diría que también es el que más fantasías fabrica y el que más mundos imaginarios visita, y he de decir que en cierta medida me recuerda a mí mismo. En una ocasión, mi padre lo llevó al aeropuerto de Hondarribia, para que viera los aviones aprovechando que mi madre llegaba de Estambul. Como cabía esperar, las preguntas del pequeño no se hicieron esperar.
-¿De donde vienes amama?- preguntó curioso.
-De Estambul, maitia. De Estambul.
-¿Y dónde está Estambul?
-Pues, Estambul está en Turquía… muy lejos de aquí cariño- acertó a decir mi ama.
Desde entonces, lógicamente, el niño relaciona los conceptos «lejos» y «Estambul» entre sí.
cc-by-sa-nc Garrett Ziegler
Otro día el aitona Alberto le llevó a ver el velero de nuevo a Hondarribia, que es donde está atracado nuestro Haizape II. De paso, lo entretuvo viendo los grandes corcones que abundan en nuestros puertos. En un arrebato de tierna chulería infantil, Manex aseguró que él era dueño de un barco mucho mayor, y que donde estaba los peces eran más grandes, y no sé cuantas cosas más. Todas ellas más grandes, claro. Mi padre entonces le contestó, para seguirle el juego. Por supuesto, no sin cierta intención, como bien sé que acostrumbra.
-¿Ah sí? Pues tendrás que llevarme a verlo, ¿no crees?- le preguntó el abuelo.
-Bueno… es que está muy lejos- trató de escabullirse el nieto.
-¿Muy lejos? ¿Dónde?
El crío se quedó pensativo un segundo, y enseguida contestó con total seguridad.
-En Estambul.
Se quedó tan ancho, y prosiguió con su viajecito por los pantalanes del puerto deportivo. A mi vuelta de Turquía se me ocurrió llevarles a los niños unos dulces típicos turcos, como unas gominolas caseras cubiertas de azúcar glas y a veces rellenas de almendra, que se llaman Lokum Cuando me preguntaron que qué les había traído, la respuesta estaba cantada: Caramelos de Estambul.
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