Salir a dar una vuelta por el monte puede dar muchas satisfacciones, y una de ellas es la de observar los fenómenos meteorológicos, o al menos relacionados con la meteorología, que se producen a tu paso. Nubes con colores y formas insospechadas, neveros que no se derriten en todo el año, efectos ópticos, extrañas lluvias, potentes rayos e hidrometeoros… Esta es una lista de 10 fenómenos meteorológicos curiosos nos hemos encontrado en la montaña.
EL ESPECTRO DE BROCKEN
Se trata de un efecto óptico del que tuve constancia en una salida a la montaña en un día densamente nublado. Fue mi compañero de andanzas Ion el que me descubrió el efecto, un día en el que el espectro de Brocken se apareció para mi sorpresa justo frente a nosotros. Este fenómeno meteorológico se produce cuando el sol se encuentra a muy poca altura y proyecta la sombra de una persona sobre las nubes o niebla situadas a menor altura que el observador, generando una inquietante ilusión óptica. Una sombra de aparentes grandes dimensiones, rodeada de anillos de luz coloreada parecidos a las aureolas de otro efecto llamado gloria o anthelion. Técnicamente hablando, esta sombra rodeada por una especie de arco-iris circular se genera como consecuencia de la la difracción de la luz visible. El espectro de Brocken debe su nombre a un pico del macizo Harz de Alemania, en el que al parecer el fenómeno se produce frecuentemente. Fue descrito ya en 1780 aunque este «fantasma de la montaña» debe su fama a uno de los pasajes épicos de la edad de oro del alpinismo, la primera y dramática ascensión al Cervino o Matterhorn en 1865. Tras hollar la última cumbre principal sin coronar de los Alpes, cuatro de los miembros de la cordada liderada por Edward Whymper cayeron y fallecieron en circunstancias aún sin aclarar. Uno de los cuerpos sigue sin ser encontrado. Tras la tragedia, a los tres supervivientes se les aparecieron tres misteriosas cruces, que Taugwalder padre e hijo (los dos supervivientes junto con Whymper) debieron relacionar con el accidente sufrido por sus compañeros. Sin embargo, se encontraban ante su propia sombra, que proyectada sobre la niebla propició el fenómeno atomosférico conocido como espectro de Brocken.
UN NEVERO PERENNE A 750 METROS
Un nevero se crea cuando la nieve acumulada en una zona es capaz de sobrevivir sin derretirse a las altas temperaturas del verano, como si de un pequeño glaciar de circo se tratara. A partir de una determinada extensión, un nevero puede pasar a considerarse glaciar, por lo que se denomina neveros a aquellos que tienen una superficie limitada y por lo general a los que se encuentran por debajo de la cota de las nieves perpetuas. En latitudes medias, los neveros son un fenómeno muy normal en cotas superiores a los 2.500 metros, como en los Pirineos. En zonas más cálidas, se encuentran a más de 4.000 metros. No obstante, existe un caso curioso en la Sierra de Aralar, en su vertiente navarra, cerca de la localidad de Gaintza. Estas laderas, conocidas como «malloak», están cubiertas por abundante hierba y cuando nieva, la nieve se desliza fácilmente en las inclinadas y resbaladizas pendientes y acaba acumulándose en un canal principal llamado «Eguteko Harratea». Las avalanchas arrastran tierra y hierba además de la nieve, y cuando esta se va derritiendo, los residuos crean una capa en la superficie que protege el hielo de los rayos del sol, ayudando a que el nevero sobreviva al verano. Durante las sucesivas nevadas de 2013 se produjeron varios aludes y se acumuló más nieve de la habitual en las Eguteko Harratea. Desde entonces el nevero de Aralar ha resistido estoico a varios veranos, a la espera de que caigan nuevas nieves en Aralar. Durante la época estival, una corriente de agua derrite parte de la nieve y se forma una especie de cueva que se puede llegar a atravesar de un lado a otro. Lo curioso del caso del nevero de Aralar es que se encuentra a 750 metros sobre el nivel del mar, una altura muy inferior a la que habitualmente se mantienen.
EL RAYO QUE PARTIÓ UNA CIMA
El monte Adarra es, por cercanía, uno de los que más he frecuentado desde mi infancia. Aunque es una cima discreta (poco más de 800 metros) se trata de una de las montañas más populares en la comarca de Donostialdea. Pese a su proximidad con zonas urbanas, subir al Adarra permite sentir que estás en plena naturaleza y desconectar de la rutina muy cerca de casa. En marzo de 2016, en una de nuestras habituales subidas relámpago, nunca mejor dicho, observamos algo extraño en la cima de este monte. Durante la noche anterior hubo una fuerte tormenta eléctrica en la zona y, al día siguiente, la roca que corona este emblemático monte amaneció partida en dos. Al lado del vértice geodésico, el buzón había sido prácticamente extraído y desplazado junto con su soporte metálico. El lugar parecía el escenario de una explosión. Tras barajar varias opciones y descartar diferentes posibilidades (como la acción eventual del hielo y el sol y los cambios bruscos de temperatura) la única explicación que se nos ocurrió es que la cima del Adarra se partió en dos como consecuencia del impacto de un potente rayo. Obviamente, la roca sigue partida, como un recuerdo de aquella noche tormentosa que solo quienes lleguen a la cima del Adarra podrán observar de cerca.
ASPERITAS, LA ÚLTIMA NUBE POR CLASIFICAR
El universo de las nubes es muy complejo, por sus muchas variedades y porque no hay dos nubes iguales, cada una cuenta con unas formas caprichosas que la hace diferente a las demás, incluso a las que están clasificadas en el mismo género. En una de mis ascensiones al Pico Cebollera desde Soria, al llegar a la cumbre, contemplé una estampa insólita. Observé como se fue creando un grupo de nubes muy extrañas hasta que se formó una especie de techo lleno de bóvedas, como un mar enarbolado, pero a la inversa. Fotografié el momento y consulté a Urko, compañero de fatigas y apasionado de la meteorología que además cuenta con muy buenas fuentes. Se trata de una formación nubosa conocida primero informalmente como Asperatus undulatus y hoy en día denominado Asperitas por sus formas onduladas y de apariencia áspera o rugosa. Pese a su denominación, no está aceptada como un género de nubes específico por la Organización Meteorológica Mundial (WMO, por sus siglas en inglés). Sin embargo, las nubes Asperitas aspiran a ser la primera nube que se incluya en el Atlas Internacional de las Nubes desde 1951, que gestiona el WMO y que se publica desde 1896. En previsión de que pronto se publique una nueva edición, el fundador de la Sociedad para la Apreciación de las Nubes Gavin Pretor-Pinney registró en 2009 una petición para que la Asperatus undulatus o Asperitas sea incluída como género diferenciado en el atlas. De hecho, en el Departamento de Meteorología de la Universidad de Reading (Reino Unido) existe una disertación de 73 páginas que intenta demostrar la existencia de esta extraña nube. En junio de 2015, las aspiraciones de esta nube para ser reconocida oficialmente dieron un paso importante, pues la Organización Meteorológica Mundial presentó oficialmente los detalles para su estudio en el Congreso Meteorológico Mundial. Según la propia WMO, la nueva edición del atlas se ha actualizado en 2016 y debería publicarse en 2017.
LLUVIA HORIZONTAL EN EL BOSQUE
Ocurrió una tarde de noviembre cuando descendía una vez más de la cima del Adarra, a última hora del día, con mi amigo Inhar. Ya en la subida habíamos observado que un mar de nubes cubría el entorno del macizo Adarra-Mandoegi, desde la costa. Pero hasta llegar a la cumbre se había mantenido en cotas inferiores, por debajo de los 340 metros sobre el nivel del mar (la cima tiene poco más de 800). Mientras que los valles de las inmediaciones habían permanecido cubiertos por la niebla, a partir de esa cota el sol había brillado durante todo el día, con una temperatura más que agradable para las fechas que corrían. Esperamos a que se pusiera el sol sobre el manto de nubes blancas y comenzamos a descender con las últimas luces del día. Cuando bajaron las temperaturas, la masa de niebla fue ganando terreno y se extendió por encima de la cota inicial. Cuando llegamos a una de las zonas boscosas la niebla ya lo cubría todo, y cuál fue nuestra sorpresa cuando notamos que unas gruesas gotas de lluvia caían sobre nosotros. Es normal que la humedad de la niebla se condense y llegue incluso a calar la ropa, pero en este caso ni siquiera había dado tiempo a que esto ocurriera. Intrigados por lo que sucedía, comprobamos que si salíamos del hayedo, fuera del que también había niebla, la lluvia cesaba de golpe, y cuando regresábamos bajo las hayas la lluvia volvía a arreciar. No era una lluvia fina, eran unas gotas considerables, un sutil chaparrón. Llegamos a la conclusión de que al haber estado al sol, las ramas y hojas de las hayas habían acumulado cierto calor durante el día. Tras la repentina entrada de la niebla, la humedad se condensó en las copas de los árboles hasta acumularse suficiente cantidad de agua como para que miles de gotas cayeran una tras de otra. Posteriormente encontré información sobre este fenómeno, que se llama lluvia horizontal y que ocurre efectivamente por las razones que concluimos. Este fenómeno meteorológico es bastante habitual en regiones tropicales y subtropicales, afectando de manera considerable los registros de precipitaciones. Ocurre con frecuencia en las Islas Canarias, junto con el mar de nubes. Allí existe una leyenda sobre el Garoé, el árbol de la lluvia, un símbolo sagrado para los aborígenes de la Isla del Hierro.
UNA NUBE POR BANDERA
En algunas de las fotos de las montañas más famosas la cima aparece junto a un compañero inesperado, una nube que se aferra a la cumbre y que ondea como si de un banderín se tratara a un lado de la pirámide. Es bastante habitual verlo, por ejemplo, en las imágenes del Cervino. La imagen que acompaña esta información está tomada en la Sierra de Aralar, donde una nube con forma de bandera se nos apareció adherida a la ladera del Txindoki, como si fuera una chimenea humeante. Se llaman nubes bandera y se generan «cuando una masa de aire seca choca con una montaña. A sotavento de ella se produce un efecto de aspiradora de las brisas procedentes del valle. Si estas brisas con movimiento de remolino están cargadas con más humedad, forman nubes que ascienden por las laderas de sotavento hasta la misma cima, en donde se disipan al encontrase con los vientos secos. Suelen proporcionar buen tiempo a barlovento pero dentro de las nubes de sotavento el tiempo puede ser muy distinto», según comentan en esta web. Tienen forma de penacho, un carácter estacionario y son del tipo fractoestrato. A tenor de lo que explican en esta otra web, «los picos donde existe mayor probabilidad de observar estas formaciones nubosas con su apariencia más típica, mostrando semejanza con banderolas ondeando al viento, son aquellos aislados, de gran elevación, escarpados y de morfología piramidal».
CANDILAZO AL ATARDECER
Este fenómeno puede darse tanto en zonas urbanas como en las rurales, aunque a mí personalmente me parece más espectacular cuando se produce en un entorno natural. Esta vez sucedió en el Valle del Razón, en una zona llamada La Vega, una extensión de pasto enorme que como su nombre indica se ubica en la vega del río Razón. Hacía un día nublado y lluvioso y a última hora, justo antes de ponerse, el sol apareció por debajo de las nubes propiciando una luz rojiza espectacular. Publiqué la foto que acompaña esta reseña, y mi amigo extremeño Víctor Manuel del blog Ciudad Dormida no tardó en comentar que «a esas luces se les llama en mi tierra ‘candilazos‘ y ocurren cuando el sol aparece entre los jirones de las nubes al atardecer». Son muy habituales en Madrid, cuando hay nubes altas y el sol las ilumina por debajo al filo del crepúsculo. Puede ocurrir también al amanecer, pero por la tarde la luz es más rojiza porque hay más partículas suspendidas en el aire. Los candilazos son «resultado de la dispersión de la luz de la puesta de sol al interponerse en su camino una capa nubosa, según explican en Divulgameteo. Deduzco que en Madrid la contaminación ayuda también a la dispersión de la luz. Aquella tarde en La Vega la sensación fue como si de pronto un filtro se interpusiera entre el sol y la tierra, lo que afectó no solo al color de las nubes, sino a la forma en la que la luz iluminaba el paisaje hacia el Este. En este caso resultó más espectacular la inesperada luz que alumbró La Vega que el propio color de las nubes, pero he visto fotografías de candilazos más espectaculares en ese sentido. La propia RAE describe candilazo, en una de sus acepciones, como «arrebol crepuscular», y el «arrebol» como «color rojo, especialmente el de las nubes iluminadas por los rayos del sol». Se dice, incluso, que Edvard Munch se inspiró en los candilazos para pintar algunas de sus más célebres obras, como «El Grito», solo que estos candilazos debieron producirse por la dispersión de la luz como consecuencia de la explosión del volcán Krakatoa, otra de las razones por las que se puede dar este fenómeno.
EL EFECTO FÖHN
El efecto foehn o föhn, que toma su nombre de un viento característico del Norte de los Alpes, se produce en zonas montañosas cuando una masa de aire húmedo asciende para salvar el obstáculo. El vapor de agua se enfría y se condensa, lo que causa precipitaciones en las laderas de barlovento, donde se forman nubes orográficas. El contraste climático entre las dos laderas se genera por la humedad de barlovento frente al ambiente seco despejado y cálido de sotavento. Si se observa desde sotavento, el efecto visual es el de un manto blanco que alcanzada la cima de la cordillera trata de bajar por la otra vertiente sin conseguirlo, arremolinándose sobre sí misma y si avanzar. El efecto föhn es mucho más espectacular si se acelera su visión por medios audiovisuales, y se produce porque el aire ya seco y cálido desciende por la ladera, aumentando de temperatura según aumenta la presión. Visualmente es un fenómeno meteorológico parecido a las nubes en cascada o las de contención. Es bastante habitual en las Islas Canarias, porque en proporción a su superficie cuentan con cumbres muy altas y el contraste entre las dos orillas se produce frecuentemente. También se da en otros lugares de la Península Ibérica. En el Sistema Ibérico se produce cuando una borrasca topa con la cadena montañosa desde el Oeste, generando lluvias en la vertiente soriana y aumento de las temperaturas en la riojana. Lo explican muy bien en el blog El Tiempo a tiempo. Se suele ver frecuentemente desde Soria, en la Sierra Cebollera. Los lugareños se refieren con nombre propio a la nube orográfica que queda pegada a la sierra por barlovento, donde puede generar precipitaciones. Le llaman «La Barrera».
UN MAR DE NUBES
Quizá sea más fácil de ver que otros de los fenómenos meteorológicos de montaña a los hace referencia este artículo, pero a mi parecer no deja de sorprender a quien tiene la suerte de observarlo de nuevo. «La niebla del valle«, coloquialmente conocida como «mar de nubes», se produce cuando te sitúas por encima de la niebla mientras la bruma permanece a tu alrededor, y las cimas de los montes cercanos asoman como pequeñas islas sobre un blanco océano que cubre los valles. Dejando de lado la literatura y pasando a la ciencia, el mar de nubes se genera cuando hay estabilidad atmosférica y cielos despejados. El suelo se enfría de noche y provoca la formación de nieblas en los valles, donde hay más humedad. Se consideran nubes orográficas del tipo stratocumulus y suelen estar asociadas a situaciones de buen tiempo, poco viento e inversión térmica. Muchas veces desaparecen durante la mañana por efecto del calor del sol. El día que se tomó la foto que acompaña este texto, de camino a la cumbre de Beriain (Navarra), el suelo permanecía aún helado por la mañana, y la niebla del valle aguantó durante buena parte del día.
CENCELLADAS, BLANCAS O DURAS
La Organización Meteorológica Mundial define cencellada como «un depósito de hielo formado en general por la congelación de gotitas de niebla o de nubes subfundidas sobre objetos duros, cuya superficie está a una temperatura inferior o ligeramente superior a 0 °C». La Wikipedia diferencia entre dos tipos de cencelladas, la blanca y la dura. La cencellada blanca se forma con pequeños cristales, plumas y agujas de hielo suave de color blanco sobre una superficie sólida, por la congelación de gotículas de un banco de niebla. La cencellada dura, en cambio, es «un hidrometeoro de alta montaña consistente en la formación de hielo duro de color blanco o parcialmente transparente, sobre una superficie sólida, causada por la congelación de gotículas subfundidas de una nube debido a la acción del viento, que evita el desarrollo de un copo de nieve. Usualmente ocurre en temperaturas entre los −8 y −2 °C». En la montaña, la cencellada blanca se puede observar normalmente en las ramas y hojas de los árboles, mientras que es habitual que la cencellada dura aparezca en los vértices geodésicos, mojones, buzones y en general en objetos verticales y relativamente finos colocados en las cimas. En efecto, el día que saqué la foto de esta cencellada dura, en la cumbre de La Mesa de Cebollera, se registraron temperaturas muy por debajo de 0 grados, había un fuerte viento y la niebla se despejó momentos antes de llegar a la cima.