Cada ciudad tiene sus rincones secretos, aquellos que a todos nos gustaría encontrar en nuestros viajes pero que en ocasiones solo los locales conocen. Con internet y la sociedad de la información cada vez es más difícil encontrar esos sitios «inexplorados», y si existen pronto dejarán de serlo de la mano de algún guía local, el walking tour de turno o ese blog de viajes que todo lo quiere descubrir.
Sin embargo, hay sitios que quizá por formar parte de la vida cotidiana de los lugareños, probablemente porque no guarden una historia centenaria, porque no están incluidos en ninguna guía o simplemente porque nadie ha reparado en ellos, pasan desapercibidos. Sea cual sea la razón, es probable que en ellos se escondan los lugares más tranquilos y menos transitados por los turistas.
Esta pretende ser una lista de los 12 rincones de Donostia que pasan desapercibidos a ojos del turista. Algunos con más historia, otros con menos, pero en cualquier caso lugares poco conocidos o al menos poco frecuentados de mi querida ciudad. Una propuesta diferente sobre qué ver en Donostia.
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EL FUERTE DE AMETZAGAINA
En Donostia y sus alrededores existen varios fuertes construidos durante las diferentes Guerras Carlistas como el de Oriamendi, el de Santa Bárbara (Hernani) o el más conocido de todos, el Fuerte de San Marcos (entre Donostia y Errenteria). Entre los barrios de Egia, Intxaurrondo y Loiola (pertenece a este último), muy cerca del centro comercial Garbera, se encuentra el Fuerte de Ametzagaina, o las ruinas de lo que antaño fuera. Lo que queda en pie construyó en Tercera Guerra Carlista, sobre las ruinas del anterior fuerte. Este rincón está ubicado en una colina del mismo nombre, en lo que hoy en día es un parque muy agradable para pasear. Puesto que el Fuerte de Ametzagaina se levantó en un enclave estratégico, desde el alto se puede disfrutar de unas vistas privilegiadas sobre la ciudad. Tanto el exterior como el interior de las ruinas se pueden visitar en su totalidad, pero probablemente lo que más llame la atención sean los árboles que crecen en una de las murallas que dan al foso. Las raíces nacen y caen por las paredes, como si de nuestro particular Templo de Ta Prohm se tratara, salvando las enormes distancias y dando rienda suelta a la imaginación, claro está. Un rincón que que merece la pena ser visitado en Donostia.
LA CASA DE LOS AVIONES
Es uno de esos rincones de Donostia que probablemente no hubiera conocido si no fuera porque en algún momento pasé frente a su fachada, por pura casualidad. Ahora bien, una vez que te encuentras a sus pies, la casa no pasa desapercibida. No, al menos, si todavía guardas cierto espíritu infantil y capacidad de aderezar la vida con pinceladas de fantasía. En el número 26 de la calle Aldapa, de nuevo entre los barrios de Egia e Intxaurrondo, existe una villa cuya entrada está decorada por varias maquetas de aviones. Los hay de guerra, incluido algún que otro caza, y también los hay comerciales o de pasajeros. Está, incluso, el avión del Barón Rojo, que luce orgulloso la Cruz de Hierro. La casa está situada en una zona residencial sin aparente interés turístico, bastante alejado del centro de Donostia y en una de las partes más elevadas de Egia. Una propuesta diferente sobre qué ver en Donostia.
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LA CALA DE IRUAMUITZETA
En las laderas del pequeño macizo costero que hay entre Donostia y Orio existen varias calas rocosas de no muy fácil acceso. La mayoría pertenecen a lo que aún es el barrio de Igeldo, que lleva años reivindicando su desanexión de la capital, aprobada recientemente por la Diputación de Gipuzkoa y en suspensión cautelar por el Tribunal Superior del País Vasco. Disputas políticas y territoriales aparte, hay una cala en la que precisamente se encuentra una enorme roca que antiguamente delimitaba la frontera entre los barrios de Ibaeta e Igeldo. Es la roca de Tximistarri («piedra de rayo»), a la que se le puede adivinar cierta forma de ballena y que es, o era, venerada por los habitantes de la zona. En esta cala de Donostia hay unas chabolas que la convierten en un lugar de fantasía digna de una novela de Daniel Defoe.
EL ROBLE SOLITARIO DE AIETE
En el barrio de Aiete, que conozco al dedillo por haberme recorrido prácticamente todas sus obras, atajos y recovecos, existe un rincón que he descubierto recientemente. En los terrenos que en otro tiempo fueron del caserío Pagola, aún en pie, existe un viejo roble que alguien ha tenido a bien conservar pese a los movimientos de tierra que se han dado en esa zona. Se encuentra al lado de una nueva urbanización, a medio construir, que lleva el nombre del citado caserío. Las obras han propiciado una imagen curiosa, porque el árbol está rodeado de un encofrado de cemento, que ha permitido mantener la inclinación original de la ladera en la que se encontraba este viejo roble. Antaño, las inmediaciones de este rincón estaban llenos de huertas, manzanos e incluso ganado de los caseríos colindantes, en muchos de los cuales se producía sidra natural. Recuerdo haber probado la sidra de Pagola gracias a uno de los hijos de este caserío, un conocido txistulari y salsero donostiarra, con quien compartí algunas andanzas en la época de la asamblea de jóvenes del barrio, Aieteko Gazte Batzarra. Este roble representa de alguna manera parte del pasado rural de mi barrio y está ubicado muy cerca del apeadero de Lugaritz (Euskotren).
PEQUEÑO SANTUARIO DE LOURDES
Mis abuelos maternos, mi amama y mi aitxitxa, me llevaban de paseo por Igeldo cuando era pequeño. Recuerdo que la amama preparaba unas deliciosas porciones de pollo frito y limonada de la de verdad: Agua, limón y azúcar. Pese a mi memoria de pez, tengo una capacidad asombrosa para relacionar recuerdos con sabores y olores. Y estos son, sin duda, de los que nunca olvidaré. Lo que sí había olvidado es que al comienzo de nuestra subida pasábamos junto a un pequeño santuario que rinde culto a la Virgen de Lourdes, un rincón de Donostia conocido como Lurdes Txiki. Se encuentra en la subida a Igeldo desde Ondarreta, y se accede a través de un camino, un Via Crucis ubicado al lado del conocido restaurante Rekondo. La tarde que redescubrí el lugar con mi cámara de fotos me encontré con varios devotos que acudían al lugar para encender una vela y rezar unas pocas oraciones antes de seguir con la rutina diaria. Me pareció un rincón curioso donde los haya.
EL CASERIO KATXOLA
El barrio de Aiete, el barrio que me vio crecer, guarda una joya arquitectónica de inmenso valor etnográfico. Se trata del caserío o baserri Katxola, que tiene hasta página en la Wikipedia. No en vano se trata de uno de los escasos ejemplos de caserío-lagar barroco que han sobrevivido al paso del tiempo y a la devastadora Era del Ladrillo, que se ha llevado unos cuantos caseríos en el barrio. Cuando yo lo conocí se encontraba en una de las curvas del Paseo de Oriamendi, pero a finales de la década de los 90 fue trasladado piedra a piedra a su ubicación actual. Hoy en día se encuentra rodeado de villas y chalets adosados y un tanto abocado al olvido en un rincón poco transitado. De vez en cuando, la asociación de vecinos Lantxabe lleva a cabo alguna actividad en este singular baserri, llegando a poner en marcha el tolare para producir sidra de nuevo. Desde el centro de Donostia se puede llegar a este rincón fácilmente utilizando el autobús interurbano G1 que une la capital con Hernani.
LAS CHARCAS DE LA RANITA MERIDIONAL
Quien haya visitado Donostia se habrá percatado de que el protagonista de la identidad corporativa de los autobuses urbanos, la antigua Compañía de Tranvía de San Sebastián, es una simpática ranita verde. Se trata de la ranita meridional (hyla meridionalis), una especie que habita en el sur de Francia y en el norte de África pero que apenas tiene presencia en la cornisa cantábrica y en los Pirineos, exceptuando algunos rincones de Donostia. Aunque se trata de una especie en peligro de extinción, hay varias charcas en las afueras de Donostia en las que la ranita sobrevive, principalmente entre Igara e Igeldo. En concreto, existe alguna charca en la ladera de Mendizorrotz, y probablemente la más conocida es una charca artificial que se encuentra enclavada en un entorno empresarial,. Esta charca perteneció a la antigua productora de leche Gurelesa, y en ella se concentra el 85% de la población adulta. No obstante, las balsas más espectaculares se encuentran un par de kilómetros más allá, en el Camino de Igara, en dirección a lo que pronto será el nuevo camping de Donostia Igaragreen. Son zonas protegidas en las que se estimula la reproducción de este anfibio tan característico de la ciudad.
EL PUENTE DE LA CALLE CAMPANARIO
No es el Puente dels Canonges de Barcelona, ni mucho menos el Puente de los Suspiros de Venecia. De acuerdo. Pero por alguna razón, siempre me ha llamado la atención la ubicación de este pequeño puente de la Parte Vieja donostiarra. Lo cierto es que este rincón de Donostia pasa bastante desapercibido y probablemente muchos de los turistas que pasean bajo su arco no imaginarán que es un lugar al que se puede acceder sin dificultad. Se trata del puente de la Calle Campanario, la única calle del casco viejo de Donostia con una cota más elevada que el resto, que permite a los viandantes cruzar la Calle Puerto sin pisar su suelo adoquinado. El puente está sujeto a un régimen de protección y ofrece una perspectiva de la Parte Vieja de Donostia diferente a la que estamos acostumbrados, permitiendo observar el trajín de sus calles desde cierta altura.
EL CEMENTERIO DE LOS INGLESES
Es probablemente uno de los rincones más románticos de Donostia. Su origen no está claro, y aunque se ha relacionado con la quema de la ciudad en 1813, lo cierto es que hasta donde se sabe en él se encuentran enterrados varios oficiales de la Legión Británica muertos en la Primera Guerra Carlista (1833-1840). El origen de la confusión se debe a que también hay lápidas de varias personas cuya muerte está fechada en el año en el que se produjo el sitio de Donostia. Al lado de las tumbas se erige un monumento, en el que para más confusión también se mezclan la conmemoración del primer centenario de la quema y el homenaje a los soldados británicos. Recientemente se han llevado a cabo unas excavaciones en el lugar que han sacado a la luz los cuerpos de 5 jóvenes. Una de las hipótesis que se maneja es que el actual cementerio está construido sobre una fosa común anterior que puede contener los cuerpos de los soldados franceses muertos durante el sitio. Sea cual sea su origen, lo cierto es que el Cementerio de los Ingleses de Donostia es sin duda del lugar más misterioso del Monte Urgull, y eso que la fortaleza guarda numerosos secretos y rincones. Uno de esos lugares que hay que ver en Donostia.
ESTACIÓN MEGALÍTICA DE IGELDO
A lo largo del macizo que une Donostia con Orio –formado por las cimas de Kukuarri ( 377 m ), Arratzain ( 344 m ), Gudamendi ( 263 m ), Igeldo ( 181 m ) y Mendizorrotz ( 415 m )– existe una estación megalítica declarada Bien Calificado por el Gobierno Vasco. Se trata de un conjunto de cromlechs, dólmenes y túmulos que datan de finales del Neolítico y comienzos de la Edad de Bronce. La estación está formada por 10 monumentos megalíticos considerados humildes desde el punto de vista de su arquitectura. Los más accesibles son los cuatro túmulos de Tontortxiki, a los que corresponden estas fotos. El acceso se encuentra señalado cerca de las Ventas de Orio, más o menos frente a la zona de recreo que hay poco antes de llegar a este caserío-restaurante. Tanto por su historia como por su ubicación, es otro de los rincones de Donostia que merece la pena visitar.
LOS JARDINES OCULTOS DE MIRACONCHA
Entre La Concha y el exclusivo Paseo de Miraconcha, donde se encuentran algunos de los mejores miradores de la ciudad, existe un espacio que pasa bastante desapercibido para el viandante. Muy cerca del Palacio de Miramar, que la Reina María Cristina encargó al arquitecto inglés Selden Wornum, hay un discreto rincón ajardinado con vistas a la bahía de Donostia. A primera vista no se adivina el acceso a estos jardines pero si uno se acerca por la parte más elevada pronto encontrará la forma de entrar y sentarse en uno de los bancos que, a falta de una propiedad en la zona, bien puede hacer las veces de mirador particular. Como dato curioso, cabe destacar que las barandillas de metal que hay en su parte superior son las originales de La Concha, y no las que hoy conocemos y que en tantas imágenes hemos podido ver. El diseño de esta barandilla es el mismo que se puede encontrar en los márgenes de la desembocadura del río Urumea, ya que fueron reubicados después de haber sido sustituidos retirados de La Concha.
LA BATERÍA DE MONPAS
A los pies del Monte Ulia, en Punta Monpas, hay un grupo de construcciones militares que miran vigilantes hacia el mar. Se trata de las ruinas de la batería de Monpas, construida en 1898 con motivo de la Guerra de Cuba. Es otro de los rincones de Donostia que quedan lejos de la mirada curiosa del turista. Este enclave defensivo, también llamado Batería de la Diputación, se levantó por temor a un ataque de la marina estadounidense sobre la ciudad de Donostia, que afortunadamente no llegó producirse. Al parecer, la guerra terminó sin que la batería fuera artillada, pero en 1908 se instalaron cuatro cañones, al tiempo que fue construido un nuevo cuartel. Estos cañones sí que llegaron a realizar algún disparo contra los buques fascistas durante la Guerra Civil en 1936. Tras finalizar la contienda el lugar fue utilizado como enclave militar, hasta que fue desmantelado a mediados del siglo pasado. Cuenta mi padre que cuando él era muy joven se hacía el servicio militar en este cuartel. Hoy en día, este rincón donostiarra presenta diversas ruinas y búnkeres militares de las diferentes épocas. Hace unos años se podía acceder desde el barrio de Sagues pero hoy en día este camino está cerrado y es completamente desaconsejable por el estado del sendero y los derrumbamientos de tierra. Es mejor acercarse desde Ulia, por donde se desciende hasta llegar prácticamente al nivel del mar.