Habíamos arribado al puerto deportivo de Muxía en una lluviosa tarde de julio a bordo de un velero, embozados en nuestras ropas de agua. Tras haber avisado de nuestra llegada por radio, uno de los chicos encargados de asignar los amarres salió a recibirnos al pantalán que nos correspondía para atracar y pasar la noche. Nada más poner pie en tierra nos dio la bienvenida y nos dijo que, a pesar del tiempo, aquel era el día más propicio para llegar a Muxía. Con motivo de la inauguración del chiringuito del puerto, ofrecían churrasco gratis y dos por uno en cervezas.
Sin embargo, nuestro desembarco había comenzado con mal pie, pues uno de los tripulantes de nuestro velero requería de asistencia médica por un asunto de salud que, afortunadamente, no llegó a ser grave. Nada más atracar en el puerto deportivo de Muxía, dos de nuestros compañeros se dirigieron al hospital, mientras yo me quedé con el aita haciendo el papeleo propio de todo barco que arriba a puerto.
La localidad de Muxía es conocida principalmente por dos razones. Por un lado, es tristemente célebre debido al desastre del Prestige, que inundó sus costas de chapapote o galipot, que es como se ha llamado siempre en mi casa a las manchas de petróleo que llegaban a nuestras playas. Tambén es conocida por considerarse, junto con Fisterra, uno de los lugares en los que termina el Camino de Santiago, si es que el camino termina en algún sitio. Un dato que yo desconocía cuando desembarcamos en Muxía y sobre el que ya hablaré en posteriores artículos.
El Puerto Deportivo de Muxía es el más occidental de Galicia y está ubicado en un lugar estratégico por varias razones. Es un lugar de paso obligatorio para los veleros que se dirigen al mediterráneo desde los países del Norte de Europa, y también puede llegar a ser un puerto de recalada para quienes cruzan el Océano Atlántico por las Azores en cualquiera de sus dos direcciones. En aguas gallegas es habitual encontrarse con veleros en los que hondean los pabellones de Francia, Gran Bretaña, Suecia y Holanda, entre otros muchos.
Por todo ello, este pequeño pueblo pesquero de la Costa da Morte goza de cierto halo de misterio que a nosotros nos envolvió enseguida. La ruta jacobea que va desde A Coruña a Muxía es considerada el epílogo del Camino y le confiere un importante carácter cosmopolita, que se ve reforzado por su localización estratégica para navegantes. En sus calles se puede encontrar a peregrinos de todo el mundo con ganas de relacionarse, de conversar y de compartir historias y aventuras. Nuestra tripulación congenió enseguida con los habitantes del lugar, que nos acogieron con gran amabilidad y una hospitalidad labrada, imagino, durante siglos.
Unos días antes de nuestra llegada había leído que el puerto deportivo de Muxía resultó ser otro de tantos despilfarros a los que nos tienen acostumbrados los políticos. Unas 230 plazas de amarre para embarcaciones de diferente eslora en una localidad de no más de 6.000 habitantes. Todo ello, me dije a mí mismo, quizá para tratar de compensar el desastre que el hundimiento del Prestige y el posterior vertido supuso para este pequeño pueblo de la Costa da Morte.
Durante varios años este puerto estuvo paralizado y abocado al fracaso por falta de servicios básicos como agua o luz. Afortunadamente, parece que desde hace un par de años los jóvenes de la escuela de vela Cataventos se han hecho con el timón del puerto deportivo de Muxía, mediante una concesión, y le están dando la vuelta al asunto. El año pasado recalaron unas 120 embarcaciones.
Nada más pisar tierra, le pregunté al chico que nos recibió a ver si había movimiento, se entiende que de veleros, a lo que me contestó que cada vez estaban recibiendo más tráfico. En concreto, me dijo, aquel viejo velero que se encontraba amarrado al mismo pantalán que el nuestro había llegado ese mismo día directamente desde las Azores.
Habíamos tomado la primera cerveza en el recién inaugurado chiringuito del puerto deportivo de Muxía, y apenas le habíamos hincado el diente al churrasco que tan amablemente nos habían ofrecido, cuando nos percatamos de que comenzaban a llegar varios barcos al puerto pesquero colindante. Así que nos fuimos a ver cómo les había ido la faena y a convsersar con los pescadores sobre las artes que utilizan y las especies que pescan por allí. De nuevo, y pese a que inicialmente fuimos confundidos con responsables de inspección pesquera, fuimos acogidos con gran amabilidad.
-¿Son ustedes de inspección pesquera? – nos preguntó uno de los hombres que aguardaba la llegada de los pesqueros desde tierra, al observar que el que firma este artículo estaba sacando fotografías a diestro y siniestro.
– ¡No, no! – le contestamos.
-¡Ah! Entonces son turistas… – dedujo el hombre, a lo que nosotros asentimos, claro.
-Así es.
– Preguntaba más que nada porque, si son de inspeccción, que pasen cuanto antes…- comentó con aires de inocencia.
Se ve que tenían prisa por descargar y marcharse. Y no es de extrañar. Mujeres y niños esperaban ansiosos en el muelle, con unas bolsas de plástico en las que llevarse parte del resultado de la jornada de pesca. Le pregunté a ver si tenían inconveniente para que sacara unas fotos y le pedí que nos avisaran si en algún momento obstaculizábamos su labor, pero ellos accedieron de muy buen talante a formar parte del reportaje fotográfico.
De vuelta al chiringuito, desde el que llegaba un rico aroma de churrasco a la parrilla, nuestro amigo ya había regresado del hospital y aparentemente todo estaba en orden, aunque era conveniente que se medicara y descansara para recuperar las fuerzas. Tras ayudarle a subir a bordo y dejarlo en reposo, el resto de la tripulación nos quedamos en el bar del puerto deportivo, en el que el ambiente iba en aumento según pasaban las horas, y se multiplicaban las rondas de cerveza (que por algo eran dos al precio de una).
Llegaron entonces dos hombres con cierto aspecto bohemio con quienes no tardamos en entablar conversación. Tal y como había sospechado, se trataba de la tripulación del barco que había llegado directamente desde las Azores. Se llamaban Manu y Mamoun, el primero un navegante francés proveniente de una zona rural de las inmediaciones de París, y el segundo un joven marroquí de Casablanca. Nos explicaron que llevaban cerca de mes y medio navegando con su velero y que, tras haber recorrido parte de las Antillas, finalmente se habían aventurado a cruzar el Atlántico pasando por las Azores, hasta llegar a Muxía.
No tardaron en aflorar las batallas de unos y otros… Según nos contaron, durante su periplo fueron alcanzados por un temporal con rachas de 90 nudos de viento, lo que supone casi un huracán. Afortunadamente para ellos, parece que no duró más de un cuarto de hora y que la mar no se presentaba arbolada en ese momento. Mientras hablábamos, quedó patente que Mamoun prestaba especial atención a las previsiones meterológicas de los próximos días. Al parecer, la mujer de Manu les asistía desde tierra con las cuestiones relativas al tiempo y a los temporales. Deduzco que ninguno de ellos tenía ganas de pasar de nuevo por una situación semejante.
Los dos marineros habían arribado aquel mismo día directamente desde las Azores, aunque hasta donde sé lo normal en esta travesía es recalar en Lisboa o en algún puerto cercano como el de Nazaré. Sin embargo, Manu tenía que regresar a Francia lo antes posible así que debieron trazar una diagonal de Suroeste a Nordeste que casualmente pasaba por Muxía el mismo día que inauguraban el chiringuito, el mejor día para recalar en este puerto. Desde aquí se dirigirían, al día siguente, directamente hacia Bretaña. Allí terminaría su travesía.
Mientras tomábamos unas cervezas, Mamoun me adelantó un parte meteorológico con todo lujo de detalles. Entretanto, Manu dibujaba el retrato de uno de los chicos de la marina en un cuaderno que llevaba consigo a todos los lados. Me contó que trabaja como dibujante en producciones animadas de cine y televisión y lo cierto es que aquel precioso cuaderno daba fe de su habilidad.
En las hojas de aquel libro escrito y dibujado a mano podían verse ilustraciones de los diferentes sitios que habían visitado durante su viaje, así como los retratos de las personas que habían conocido en su camino. Paisajes, perfiles e inscripciones con frases, teléfonos y emails van llenando poco a poco el cuaderno. Les comenté que todavía había muchas hojas en blanco y ellos asintieron con una sonrisa: «Eso quiere decir que aún quedan muchas aventuras por vivir y muchas personas que conocer». Manu me confesó que busca a la persona que pueda retratar al retratista, cazar al cazador de imágenes. Y aunque lo intenté, he de decir que no lo halló en mí.
Tras una noche movidita que terminó con invitaciones recíprocas a licor de café entre mi padre y un veterano pescador, al día siguiente me acerqué al barco a saludar a Manu y Mamoun. Entonces me percaté de que el barco se llamaba Libertalia, en referencia a una supuesta República establecida al Norte de Madagascar por el capitán pirata Misson y el fraile dominico Caraccioli.
Según cuenta la historia, ambos habían tomado el mando de un buque de guerra francés en las Antillas, tras la muerte de su capitán en un combate naval contra un buque inglés. Caraccioli, lector de la «Utopía» de Thomas More, animó a los tripulantes a hacerse con el barco nombrando capitán a Misson. En adelante, centrarían su actividad principalmente en la captura de barcos negreros y en la liberación de los esclavos.
La única versión conocida de esta historia asegura que «los habitantes de Libertalia se dieron a si mismos el nombre de «liberi» y, renunciando a su nacionalidad, se juntaron sin diferencias de raza, hablando un lenguaje común, mezcla del francés, inglés, holandés, portugués y nativo malgache. Pusieron todo el botín en un fondo común y abolieron el dinero, ya que no tenían necesidad de él en un lugar donde todo era comunitario».
La historia de Libertalia está basada en un libro del capitán y biógrafo de piratas Charles Johnson. Se cree, aunque no está probado, que pudo ser un seudónimo que Daniel Defoe utilizó para escribir un panegírico de sus ideas.
La existencia de la República de Libertalia no está probada, aunque hay constancia probada de otras colonias en esa misma época, con ideas colectivistas similares a las descritas en el libro atribuido a Defoe. Algunas de ellas estaban ubicadas en Madagascar, una isla que por aquel entonces no había sido reclamada aún por ninguna potencia.
En el citado libro, que se titula «Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas«, se entremezclan historias reales de otros piratas famosos. Hay constancia de la existencia real de una de las personas que se sumó posteriormente a esta empresa, el Capitán Thomas Tew, pues aparece mencionado en los anales de la Marina de Guerra Británica.
En los buques piratas de la época los capitanes eran frecuentemente elegidos por votación, y eran considerados iguales al resto de la tripulación también a la hora de repartir el botín. Su función principal era gobernar el barco durante los combates. También era frecuente que en los barcos no hubiera diferencias por sexo o raza. La historia de Libertalia, verídica o no, es un símbolo de libertad como su propio nombre indica. Quizá solo una metáfora, pues la verdadera república de los piratas eran su propio barco.
En Muxía tuve esa sensación mágica de formar parte de un cuento, de estar dentro de una historia. De todo mi periplo en velero por la costa de Galicia, fue sin duda el lugar en el que más a gusto y mejor acogido me sentí. La gente nos recibió con toda la amabilidad posible y nos trató en todo momento como los auténticos anfitriones tratan a sus huéspedes. En el bar «O xardín», que frecuentamos mañana y tarde, nos dieron buena comida y mejor conversación. Un lugar muy recomendable en el que se mezclan locales y forasteros, navegantes y caminantes, quizá por estar ubicado muy próximo al albergue de peregrinos de Muxía.
Poco después de sacar las fotos que ilustran este reportaje, Manu y Mamoun soltaron amarras para afrontar la última etapa de la travesía que les había llevado a bordo del «Libertalia» desde las Antillas hasta Bretaña. La última vez que los vi transportaban varios bidones de gasoil sobre un carrito d ela compra y se disponían a estibar las provisiones en el velero, momento que aproveche para desearles buena singladura antes de irme a comer.
Desde la ventana del bar «O xardín» podían verse los mástiles de los veleros atracados en el puerto deportivo de Muxía. De pronto uno de ellos comenzó a desplazarse. Era el «Libertalia» y salí corriendo al exterior para despedirme por última vez. Tras varias maniobras, «Libertalia» hizo sonar la bocina y dirigió su proa hacia al Nordeste par afrontar el último tramo de la Costa da Morte rumbo al que sería, de momento, su último puerto.
Información práctica: Concello de Muxía: Qué ver en Muxía. Turismo de Galicia: Información turistica de GaliciaEscuela de Vela Cataventos: Concesionaria del puerto deportivo de Muxía. Turismo Costa da Morte: Información turística. Bar O Xardin: Buena comida y mejor conversación.