Podía haber dicho que bien vale una misa, o mejor un adhan, una llamada a la oración desde sus minaretes. Pero lo que Granada de verdad merece es tomarse un té verde a la hierbabuena con mucho azúcar, y ese té se toma en el barrio del Albaicín. Es la excusa perfecta para adentrase en la historia de esta ciudad que te sumerge, a ratos, en otro tiempo e incluso, quizá, en otras culturas. El evidente legado de su pasado persiste en Granada más allá de los monumentos, y se respira a cada paso por las calles del Albaicín. Desde lo alto de su colina se divisa majestuosa la Alhambra, que se levanta casi hasta rozar las densas nubes que la sobrevuelan al atardecer.
Siempre me ocurre lo mismo, igual que cuando sin pretenderlo descubrí el mercado tradicional de La Paz. Allá donde hay callejuelas, donde las tiendas invaden de forma más o menos amistosa el adoquinado y los lugareños observan tu paso desde las ventanas de los establecimientos, siempre se esconde una historia que comienza con un susurro y termina envolviéndote por completo. El Albaicín, uno de los núcleos antiguos de la Granada musulmana, no es una excepción.
MIRADOR DE SAN NICOLÁS
Todo empezó después de una visita a la Alhambra que pese a la lluvia, o quizá inspirada por esta, impresionó una vez más. Había estado allí anteriormente, hace ya más de tres lustros, y a pesar de que mi memoria es pésima guardaba un recuerdo que roza lo fantástico. La verdad es que el lugar siempre sorprende… Allí se me apareció, nada más asomarme al Peinador de la Reina, el barrio del Albaicín. Me habían hablado del Mirador de San Nicolás, que se encontraba justo en frente y desde el que al parecer se divisaban vistas aún mejores que las que habíamos gozado hasta el momento. Es, probablemente, la perspectiva en la que la Alhambra se muestra más imponente. Pero llovía, y eso podía estropearlo un poco.
Desde la habitación del hotel Meliá Granada, al que había regresado para refugiarme de la lluvia y cerrar algunas cosas del trabajo, observé cómo algunos destellos de luz se abrían paso entre las nubes e iluminaban la calle Ángel Ganivet. Me cambié los calcetines mojados, vacié la tarjeta de la cámara, me la eché al hombro y salí a la caza de la mejor captura fotográfica posible. Consulté una aplicación llamada Sun Surveyor que me recomendó Jose Luis Rivero y que me permite saber por dónde y a qué hora se pondrá el sol. Iba a inevitablemente al mirador de San Nicolás, pues prometía un atardecer espectacular. Pero no sin antes comprobar si aquello que decían sobre las tapas de Granada era del todo cierto o solo un sueño con el que me quisieron encandilar.
DE TAPAS POR GRANADA
Me dispuse a hacer de mistery guest, eso que ahora está tan de moda para valorar desde la clandestinidad la calidad de un servicio. En el fondo no era más que una excusa para ponerme tibio a tapas en Granada, que son proporcionales a las cañas que se toman. De camino paré en Los Manueles, pues me pareció que estaba lleno de gente entendida en eso del tapeo. Con la caña me sacaron migas, y no tardé en pedir una albóndiga que le vi a mi vecino de bar. Un albondigón, diría más bien. Detrás de la barra, un cartel aseguraba que su décimo de lotería iba a ser agraciado con uno de los primeros premios, pues así lo había atestiguado «la pitonisa del Sacromonte Juana Amaya, la que nunca va a la playa»…
De allí seguí en dirección al Mirador de San Nicolas, y aplicando el mismo criterio hice una pausa en Casa Julio. Pedí mi caña esperando la correspondiente tapa, y cuando parecía que tardaban más de la cuenta me pusieron un platito de boquerones fritos y una croquetita casera de jamón. Íbamos bien. Comprobé que, efectivamente, es cierto que en Granada te dan una tapa con cada bebida. Algo insólito para una persona que proviene de ese lugar donde no te sacan ni unos tristes cacahuetes.
Las cañas rondaron siempre los 2 € y hasta el momento en todos los sitios me ofrecieron la tapita. Ya profundizaremos sobre este tema en otro momento, porque el ecosistema de las tapas en Granada goza de buena salud y requiere un análisis más sesudo. Varias tapas después continué mi camino hacia el Mirador de San Nicolás, quien empezaba ya a impacientarse porque había que estar allí al menos una hora antes de anochecer. Pasé por la calle Aljibe de Trillo, dejando atrás la Plaza Larga y a mi lado mil callejuelas por descubrir
El mirador se viste de fiesta con la puesta del sol. Unos gitanos cantan flamenco con mucho arte mientras la gente admira la belleza de la Alhambra al atardecer. Un grupo de chicas, que parecen estar celebrando una despedida de soltera, anima la cosa bailando al son de la guitarra. Otros venden artesanía y alguno incluso ofrece sacarte una foto e imprimirla allí mismo. Es obviamente un lugar bastante frecuentado por turistas, pero conserva la misma autenticidad que se respira en toda la zona. Al menos a finales de noviembre.
El sol se puso como todos los días, se me pasó la borrachera de fotos y luces cálidas y aparqué la cámara durante un buen rato. Era hora de palpar el ambiente sin necesidad de registrarlo con una cámara o móvil. Entablé conversación con Valentín, un joven estudiante alemán de Erasmus, con quien estuve charlando durante un rato sobre esto y aquello. Hasta que me entró el hambre y un poco de frío, y decidí emprender el camino de vuelta hacia el hotel con esperanza de encontrar algún lugar en el que comer algo y entrar en calor.
ALBAICÍN, PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD
El origen del nombre Albaicín proviene seguramente del árabe al-bayyāzīn, que quiere decir «arrabal de los halconeros». En sus calles se respira el mestizaje de las culturas que durante años han llenado sus calles pese a enfrentamientos de reyes y sultanes. La influencia de su pasado zirí, almohade y nazarí es más que evidente no solo en la arquitectura. También en la sociedad, me atrevería a decir. No en vano la de Granada es una de las comunidades musulmanas más importantes de la península. El Albaicín fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1994, como ampliación del conjunto monumental que conforman la Alhambra y el Generalife.
En una esquina de la calle Calderería encontré un restaurante que se llama Baraka, en el que comí un shawarma que me pareció delicioso, no solo en comparación con los supuestos kebabs que se sirven en mi ciudad, sino por méritos propios. Me terminé de un trago la limonada y salí del establecimiento en el que me atendieron amablemente. De camino al hotel pasé por delante de varias teterías pero por alguna razón una llamó mi atención más que las otras. Se llama As-Sirat y también se encuentra en la calle Calderería, donde se concentran la mayor parte de las teterías de Granada. Resultó ser, según me contaron sus dueños, la primera tetería que se abrió en España. Se me antojó un té. Un té verde con hierbabuena y azúcar. La mejor forma de terminar una tarde en el Albaicín.
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Esta experiencia fue posible gracias a Raúl García (del Patronato de Turismo de Granada) y Ana Santos (de Eventosfera), quienes me dieron la oportunidad de participar en una acción de promoción turística bajo el slogan «Desgranando Granada a través las personas» y el hashtag GRXperience. Lo hice junto con un grupo de blogueros y muchas personas que se implicaron para que todo saliera bien. Fuimos contratados y los diferentes trabajos como resultado des este blogtrip se irán publicando poco a poco. Lo cierto es que fue un auténtico placer conocer a toda esa gente, y por lo tanto escribo bajo la influencia positiva del cariño del que todos hicieron gala durante estos días. El mismo cariño sincero que recibí, dicho sea de paso, cuando me adentré solo y de incógnito en el Albaicín.
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