Como en toda buena familia, en la mía también ha habido curas y monjas. Ya se sabe que de todo hay en la viña del Señor, y en todas las casas cuecen habas. Fue bastante conocido mi tío-abuelo Miguel, el tío cura, en parte por su fuerte carácter pero sobre todo por sus inquietudes culturales y su afición a la fotografía. Entre quienes se casaron con Cristo, también las hubo mujeres. Como la tía Felisín, la tía monja, hermana por doble partida. Era una de las hermanas del tío cura, al tiempo que fue hermana misionera del Sagrado Corazón.
No soy religioso, sino todo lo contrario. Ni siquiera he hecho la Comunión, y fui bautizado casi por obligación. Dice mi padre que cuando nací, no estar bautizado era como no existir, porque en Venezuela el registro aún lo gestionaba la Iglesia. No obstante, tengo que confesar que en ocasiones saco fotos de curas y monjas. A pesar de estar medianamente familiarizado con el atuendo, esos vestidos que llegan hasta los tobillos y los fuertes contrastes en blanco y negro me parecen… Cómo decirlo… Me parecen fotogénicos.
Confesémoslo. Hábitos, velos, sotanas y alzacuellos quedan muy bien en las fotos. Y más si se trata de una fotografía tomada durante un viaje. Así que cada vez que delante de mí pasa una monja o cualquier otra persona con atuendo religioso, y siempre que lleve algún aparato que me permita inmortalizar la escena, disparo si puedo y congelo el momento. Lo hago sin saber siquiera si luego esa foto me servirá para ilustrar algún artículo o no. Es una acción prácticamente instintiva, casi involuntaria. Diría que por pura estética. Lo más probable es que la instantánea quede condenada al olvido, torpemente archivada en una subcarpeta de alguno de mis numerosos discos duros.
Hace unas semanas, al ver una foto del fotógrafo Gabriel Bouys en la que varias monjas parecen dirigir su alegre mirada hacia uno de los mozos de la Guardia Suiza en el Vaticano, no se me ocurrió otra cosa que buscar aquéllas fotos de monjas que he sacado últimamente. Esas que probablemente nunca ilustrarían un artículo en este blog, si no fuera por la peregrina idea (nunca mejor dicho) que en ese mismo momento se me había antojado.
Este fotógrafo, enviado especial de AFP en el Vaticano, es un auténtico filón en lo que a fotos de monjas, curas, cardenales y papas se refiere. De entre las imágenes que constan en el portfolio de Getty Images, la que precede a estas líneas es sin duda la que mejor ilustra el sentido de este artículo. Al poco de ver la foto de las monjas y el guarda suizo, la revista Jotdown tuiteó un fotograma de la película «La Grande Belleza«, en la que dos religiosas bajan las escaleras de un cementerio mientras los familiares de un fallecido se consuelan mutuamente. Esta imagen, como si de una aparición mariana se tratara, reforzó sin remedio mi compromiso de desempolvar fotos de curas y monjas.
Unos días después, me encontré en una situación que, de nuevo, no presentaba ningún atractivo especial. Nada que la hiciera destacable frente a cualquier otra. Tres mujeres estaban pidiendo helado en en una heladería del Boulevard de Donostia. El momento no presentaba nada excepcional, salvo porque las tres mujeres lucían sobre sus cuerpos unos flamantes hábitos blancos, y sendos velos sobre sus hombros. No me atreví a invadir su espacio mientras les servían, y tampoco tuve el valor de plantarles el objetivo de mi cámara nada más salir del establecimiento.
La experiencia es un grado a la hora de echarle morro. Lo digo en el mejor de los sentidos, pues hay quien sabe cómo echarle cara sin perder el respeto. Soy periodista, no fotógrafo. En mi caso me cuesta mucho menos hacer una pregunta que sacar una foto. Para mi fortuna, las tres monjas se dispusieron a disfrutar de su tarrina con tranquilidad, sentadas en un banco cercano que hay en el exterior de la heladería. Aprovechando que su imagen se reflejaba en un escaparate, decidí sacarles una foto. Es la que veis sobre estas líneas.
La verdad es que los conozco mucho más hábiles que yo en lo que al arte de sacar fotos con discreción se refiere. Es el caso de Víctor Gómez, también conocido como Machbel, con quien recuerdo haber tenido una conversación sobre la fotogenia de curas y monjas mientras paseábamos por las calles de Cracovia. De allí es la foto que encabeza este post, en la que una pareja de jóvenes sacerdotes caminan por un parque de la ciudad. No en vano, Polonia es un lugar muy religioso y el país natal de Karol Wojtyła, el papa Juan Pablo II.
Victor hace gala de una técnica envidiable a la hora de disparar fotos sin que nadie más se entere. Pero no voy a desvelar su secreto, entre otras cosas porque ha cedido amablemente una de sus fotos ilustrar este humilde tratado sobre la fotogenia de hábitos y sotanas. Es la imagen de una monja saliendo del Castillo de Javier, que podéis ver unas líneas más arriba.
Cuando decidí escribir este artículo, se me ocurrió preguntar a varios de mis amigos bloggers y fotógrafos sobre sus fotos de personas ataviadas con atuendos religiosos. Algunos de ellos me advirtieron enseguida de que podían ofrecerme fotos de iglesias y otros templos religiosos, pero nada de curas y monjas. Otros, como Miguel Angel Muñoz Romero del blog Como en casa en cualquier lugar, me propusieron enseguida una serie de fotos. De este último recordaba especialmente por la belleza de la composición y los colores una foto de un fraile sacada en Extremadura.
También me van los curas. Quiero decir, que también me parece que sus sotanas los hacen fotogénicos. Cuando más llamativo sea el traje, mejor. Ni qué decir si llevan algún tipo de gorro o sombrero. En una ocasión, no hace mucho, me crucé con José Ignacio Munilla, el obispo de San Sebastián, en uno de los parques de Donostia. Iba escuchando música con unos cascos de lo que me pareció un iPhone, tan blancos e impolutos como su alzacuellos. Creo que tarareaba algún tipo de himno o canto religioso. Una pena que en ese momento yo no llevara mi cámara de fotos encima. Solo le faltó alzar las manos y agitarlas de un lado a otro mientras coreaba el estribillo. Como si de un cantante de gospel se tratara.
Quien sí llevaba una cámara en el momento preciso en el lugar señalado era Gari Garaialde, uno de los fotógrafos que forman parte de la agencia Bostok Photo. Hace unos meses grabó para la posteridad una insólita imagen del propio Munilla (ObispoMunilla en Twitter), quien al paso de una concentración a favor del derecho a abortar no se le ocurrió otra cosa que sonreír a la cámara de fotos y alzar el dedo pulgar. ¡Click! Ahí estaba Gari para inmortalizar el momento.
A veces las fotos vienen dadas, y otras veces hay que buscarlas. Rafa Pérez, el fotógrafo viajero, es otro buen ejemplo de cómo hay que buscar el momento. Adelantarse a los acontecimientos, esperar a que la composición ideal aparezca en el visor de tu cámara, para acto seguido parar el tiempo, congelar el paisaje que se presenta ante tus lentes. La siguiente foto es una muestra perfecta de esa destreza de la que debe hacer gala un fotógrafo que se precie. Un grupo de monaguillos cruza un paso de cebra en Montserrat. Ideal para una banda musical de Christian Pop, sirvió para ilustrar un reportaje sobre Rafa en al revista «Descobrí Catalunya».
Ahora ya lo sabéis. En ocasiones, saco fotos de monjas. Y también de curas. Incluso cuando no llevo cámara, tal y como demuestra esta foto de Instagram sacada con mi teléfono móvil. No puedo remediarlo. Si vistes hábito o sotana y te cruzas con mi cámara, atente a las consecuencias. Estás advertida, o advertido.