A principios de año tuvimos la ocasión de conocer, por primera vez, la cosmopolita capital de Alemania. A pesar de que fue una visita relámpago, que duró unos cuatro días, volvimos de allí con las sensación de haber visto gran parte de los lugares de interés “turístico” de la ciudad. Sensación equivocada, por otro lado, porque Berlín oculta muchos secretos que hay que descubrir por uno mismo, al margen de guías turísticas y recomendaciones oficiales.
Y es que Berlín es una ciudad asequible, tanto desde el punto de vista económico como el de la movilidad. En cuatro días pudimos recorrer dispares lugares de interés, y nos sumergimos en el ambiente metropolitano a base de paseos a pie y desplazamientos en metro.
Todo comienza en Alexanderplatz, el auténtico centro neurálgico de la ciudad, dominado por la torre de comunicaciones soviética, algo así como un gigantesco pirulí berlinés. Una referencia excelente para quienes tienen el sentido de la orientación un tanto distorsionado, porque se divisa desde gran parte de la ciudad, lo que te permite ubicarte rápidamente.
Berlín es una ciudad que se deja descubrir poco a poco, según vas recorriendo sus calles y avenidas. La bicicleta es un excelente medio de transporte, que te permite hacer una rápida composición del lugar, ya que la ciudad es, de Este a Oeste, casi completamente llana .
Aunque prácticamente todos los lugares que visitamos se pueden recorrer a pie, puesto que las distancias, a pesar de ser una gran urbe, son relativamente pequeñas, el metro y el tranvía permiten desplazarse con rapidez de un extremo a a otra de la ciudad. Algo que se agradece cuando se realiza una visita relámpago como la nuestra.
El concepto de comida rápida alemana nada tiene que ver con lo que nos tienen acostumbrados los establecimientos hosteleros estadounidenses. La ciudad está llena de imbiss, pequeños puestos de comida en los que se pueden degustar, a pie de calle, las típicas currywurst alemanas, así como otros platos de origen turco u oriental. Por unos pocos euros, los imbiss permiten avituallarnos rápida y económicamente para poder seguir inmediatamente después con nuestra visita.
Si se quiere probar una comida en una cervecería típicamente alemana, basta con recorrer la inmediaciones de la Iglesia de San Nicolás, la más antigua de la ciudad (Nikolaikirche). Por unos diez euros, se puede disfrutar de una especie de plato combinado alemán, a base de codillo, salchichas o albóndigas, acompañadas con su respectiva guarnición de puré de patatas, verduritas y chucrut.
Los amantes del arte y las antigüedades encontrarán un pequeño paraíso en la Isla de los Museos, donde se concentran las más prestigiosas pinacotecas del país, como el Pergamon Museum o el Neues Museum, en las que sus joyas de la corona son el Altar de Pergamo, la Puerta de Ishtar, y el busto de Nefertiti.
Fuera del circuito turístico más comercial, Berlín ofrece la posibilidad de realizar algunas compras en sus mercados más pintorescos. En el distrito de Kreuzberg, también llamado el Bósforo alemán, se celebra el colorido mercado turco u oriental.
Kreuzberg es, probablemente, el barrio más joven, cosmopolita y animado de Berlín. En la avenida Mehringdamm y sus calles colindantes podemos encontrar numerosos bares y restaurantes en los que saciar nuestra sed. Lo cierto es que en muy pocos metros se concentra la gastronomía de casi todo el mundo.
En el mismo distrito está ubicado el Marheineke Markthale, el mayor mercado alimentario cubierto berlinés, donde se pueden comprar infinidad de productos típicos alemanes. Si de lo que se trata es de no dañar demasiado nuestro bolsillo, la alternativa puede ser comprar embutido y consumirlo en alguno de los parques que hay en la ciudad, como Tiergarten. Siempre que el tiempo acompañe, claro está.
Al lado de dicho parque se encuentra la famosa Puerta de Brandenburgo, en la que a buen seguro nos toparemos con grupos de turistas realizando visitas guiadas. A lo largo de Unter den Linden están ubicadas las más prestigiosas universidades de Berlín. Si se acude por la mañana o a la hora de merendar, recomendamos probar el apfelstrudell del Café Einstein, el mejor de la ciudad.
Otro de los mercados más conocidos de Berlín es el rastrillo que se monta en las inmediaciones de Mauerpark. Allí se pueden encontrar los más insospechados artículos de segunda mano, que los berlineses sacan a la calle para deshacerse de ellos sacándoles cierto rendimiento económico.
Un poco más al Este se encuentra la célebre plaza de Potsdamer Platz, rodeada de modernos y acristalados edificios. Es el centro financiero y tecnológico de la ciudad. Si caminamos media hora, nos daremos de bruces con el llamado Checkpoint Charlie, la zona de paso controlada entre el Berlín Este y el Oeste antes de la caída del muro. Se trata de un recuerdo de “cartón piedra”, en el que un actor enarbola la bandera estadounidense. La garita original se destruyó, y posteriormente se construyó una reproducción para hacer las delicias de los turistas.
El Berlín más alternativo se concentra a lo largo de la bohemia avenida Kastanienallee. Este antiguo barrio de bloques residenciales se ha reconvertido, tras la caída del muro, en el principal punto de encuentro de los nuevos artistas y agentes culturales berlineses. Para los amantes de la cultura underground, recomendamos también la visita a la casa okupa de Tacheles, que hoy en día desprende cierto halo de decadencia.
No conoceremos Berlín si obviamos su pasado. Uno de los puntos de visita obligada es Scheunenviertel, el antiguo barrio judío que se encuentra en pleno distrito de Mitte. Si miramos al suelo mientras caminamos, nos encontraremos con el recuerdo de la ignominia en forma de pequeñas placas que recuerdan a los ciudadanos que fueron sacados de sus hogares a la fuerza por los nazis. Tampoco podemos irnos de la ciudad sin visitar parte del muro que aún sigue en pie. En el East Side Gallery se conserva parte del mismo, decorado con murales.
Berlín es todo esto y, por supuesto, mucho más. Esta es una pequeña guía para realizar una visita relámpago que nos permita hacernos una idea de lo que tiene la ciudad para ofrecer. Si tras cuatro días de largos paseos no nos queda la sensación de que aún nos queda mucho por ver, no habremos conocido la esencia de Berlín. Y es que en cualquier destino, hay que dejar siempre algunas cosas por visitar, para tener una excusa por la que volver.