Viajar a Extremadura en verano. Un calor insoportable. Esas fueron las previsiones que nos habían trasladado unos amigos que veranean en Villamiel, una de las localidades de la Sierra de Gata que tuvimos ocasión de conocer el pasado mes de agosto, cuando les dijimos que les íbamos a hacer una visita. Suena el móvil, es una notificación de mi Whatsapp. La foto del termómetro del interior del coche de mi amigo marca 37 grados.
Se trataba de un viaje de trabajo. Extremadura Turismo nos había hecho un encargo para grabar varios vídeos con la agencia Barking Blogs, con motivo del Descenso del río Alagón. De paso, nos encargaríamos de realizar una guía audiovisual de la zona en formato Travel Guide Videos (pronto publicaremos ambos trabajos). Fuimos Rebeca de Debocados y el que firma, y nos acompañaron varios bloggers a los que querían dar a conocer la zona para que posteriormente trasladaran la experiencia a sus lectores. Nos habían preparado una ruta por la Sierra de Gata y el Valle del Alagón, en la provincia de Cáceres. Resultó, contra todo pronóstico, un viaje de lo más refrescante.
Nos alojamos en la Hospedería Conventual Sierra de Gata, un convento restaurado con mucho gusto que se encuentra en San Martín de Trevejo. La primera sorpresa nos la llevamos esa misma noche. Tras un largo viaje en coche desde Donostia, bien entrada la tarde, las temperaturas comenzaron a bajar sustancialmente. «Genial, hoy vamos a poder dormir sin miedo a morir de calor», fue nuestro siguiente pensamiento.
San Martín de Trevejo se encuentra a unos 600 metros de altura, y el cercano Puerto de Santa Clara alcanza ya los 1.000 metros. En sus inmediaciones se levanta el Cerro de Jálama, cuyo pico más elevado se encuentra a 1.493 metros. Fue la primera localidad que visitamos durante el viaje. Nos acompañaron Inma y Jose de A World To Travel, Gemma de Wasel Wasel, y Miguel de Como en casa en cualquier lugar.
Al día siguiente de nuestra llegada comenzamos nuestra ruta paseando por las callejuelas de San Martín de Trevejo. Nuestra segunda sorpresa nos la proporcionó la señalética local. Estaba escrita en un idioma que desconocíamos, y que recordaba al gallego o al portugués. No en vano, la Sierra de Gata se encuentra a escasos 40 kilómetros de Portugal, pensamos.
En varios pueblos del Valle de Jálama se habla todavía un peculiar dialecto, llamado A Fala que se mantiene por «un milagro filológico» y cuyo origen es aún desconocido. Los lingüistas han formulado diferentes hipótesis. Al parecer, podría tratarse bien de un habla de transición entre el portugués y el asturleonés o bien un dialecto galaico-portugués con claras influencias del asturleonés. Tampoco pasan desapercibidos, según he leído, ciertos rasgos comunes con el estremeñu o altoextremeño que se habla en zonas colindantes.
La cuestión es que a mí, personalmente, las peculiaridades lingüísticas de cada lugar me atraen especialmente. Así que no tardé en fijarme en todos y cada uno de los carteles que se cruzaban a mi paso.
Encontramos unas cuantas boigas (bodegas) donde el tabelneru (tabernero) nos sirvió alpisti (vino) de pitarra. Y aunque nos lo bebimos tuitu (todo) sin miedo a atranguñilsi (atragantarse) afortunadamente no terminamos puestus (borrachos) y pudimos mantener el tenguereni (equilibrio).
Aunque es un pueblo chirriguininu (pequeño) San martin de Trevejo cuenta con su propia piscina natural, donde el visitante puede champuzalsi (chapuzarse) y esparijilsi (relajarse) con el chochu (ombligo, ¡malpensados!) al aire. En las boigas se pueden mercal (comprar) productos locales que están para relambelsi (relamerse). Incluso encontramos la moto del tío del velortu (vara), como podéis observar en la foto que precede a estas líneas. Total, que es un sitio retepulíu (bonito) donde se respira resenciu (aire fresco) y donde la avenencia (trato) por parte de sus habitantes es exquisita.
Al margen de bromas, todo lo relativo a A Fala me pareció muy curioso. Más aún, teniendo en cuenta que la lengua cuenta con sus propios dialectos o subdialectos. En San Martín de Trevejo se habla el mañegu, en Eljas el lagarteiru, y en Valverde del Fresno el valverdeiru. Podéis encontrar un breve diccionario con vocabulario A Fala en este documento (PDF).
Tras visitar San Martín de Trevejo nos dirigimos a Trevejo, un pueblecito que da nombre a la pedanía en la que se encuentra Villamiel. Por encima de sus tejados se erige un impresionante castillo, cuyo origen es anterior al siglo XII. En su lugar se levantaba una fortificación musulmana, sobre la que se construyó el actual castillo en el siglo XV. La fortaleza original fue conquistada por Alfonso VII de León, quien se lo cedió a la Orden del Temple. Posteriormente pasó a manos de la Orden de San Juan de Jerusalén, y más tarde a la Orden de Santiago.
El castillo fue destruido por los franceses durante la invasión de la península, con objeto de evitar que en él se refugiaran los guerrilleros españoles. Hoy en día siguen en pie la torre del homenaje y la mayor parte de la muralla. Como ocurre en muchas ocasiones, me pareció que no estaba suficientemente protegida y conservada. Es una pena ver cómo se esparcen en sus alrededores piedras talladas con inscripciones realizadas en una grafía desconocida para mí. A sus pies se encuentran varias tumbas antropomórficas excavadas en la piedra, en las que debieron ser enterrados algunos de los monjes soldado que inicialmente habitaron el castillo.
La vertiente más gastronómica de la comarca la conocimos en Robledillo de Gata, un precioso pueblo que se caracteriza por su arquitectura popular. Allí pudimos visitar el centenario Molino del Medio, que actualmente alberga el Museo del Aceite. A día de hoy, el molino sigue produciendo un aceite artesanal elaborado a partir de una variedad local de oliva, la manzanilla cacereña.
Los lugareños nos llevaron a una bodega de vino de pitarra, donde pudimos probar un vino blanco, una especie de fino muy seco ideal para acompañar con jamón y con otros embutidos. Este vino, muy característico de la provincia de Cáceres, se envejece en tinajas de barro que dan nombre a la variedad. No faltó la famosa morcilla patatera y otras exquisiteces de la zona, cortesía del alojamiento rural Casa Manadero.
A pesar de que nuestra visita no se produjo durante la temporada de setas, cabe destacar que la ubicación de la comarca tiene unas condiciones de humedad y temperatura especialmente propicias para el desarrollo de diversas variedades de setas. Se considera un enclave idóneo para los amantes de la micología y la recolección de hongos.
Nuestra ruta por la sierra finalizó en la localidad que da nombre a la zona: Gata. Mientras paseábamos por sus callejuelas, los lugareños nos recomendaron subir a lo alto del pueblo. Tras varios minutos de subida llegamos a la atalaya desde la que se divisan los tejados. La vista no defraudó.
Esta es solo una de las rutas que disfrutamos durante los cinco días que estuvimos en Extremadura. A pesar de las previsiones, resultó ser un viaje más que refrescante. Entre otras cosas, porque durante nuestra visita pudimos darnos varios chapuzones en las piscinas naturales que inundan la comarca, realizamos el descenso del río Alagón en piragua, y navegamos en el embalse de Borbollón. Pero nos reservamos esa parte del viaje para un nuevo post.
Como ya he comentado anteriormente, la mayoría de los días las temperaturas no superaron los 30 grados. Teniendo en cuenta que los pueblos que visitamos se encuentran ubicados a cierta altura y que el ambiente es relativamente seco, la climatología resultó muy agradable.
Además, las temperaturas descienden considerablemente por la noche, facilitando las horas de sueño. Supongo que no siempre será así, pero de alguna forma se puede decir que la Sierra de Gata nos permitió romper el mito de que el verano extremeño es impracticable por su calor. En nuestro caso, nada más lejos de la realidad.