Recuerdo con especial cariño un momento de mi carrera profesional como periodista, cuando llegaron a la redacción del periódico las imágenes de una maleta que contenía varios carretes con fotos inéditas de la Guerra Civil. Se trataba de una parte de la colección de Robert Capa, David Chim Seymour y Gerda Taro.
Las fotos inéditas habían permanecido en paradero desconocido desde que Robert Capa huyó a Estados Unidos en 1939 por miedo a la represalia nazi. Al parecer, había encomendado la custodia de la maleta a su amigo Imre Weisz, quien la llevó consigo desde París a Marsella y la puso a buen recaudo antes de ser capturado y encarcelado en Argel.
No se sabe muy bien cómo, la colección cayó finalmente en manos del general mexicano Francisco Aguilar, acérrimo defensor de la República y combatiente a las órdenes de Pancho Villa. Este último debió llevársela consigo a México, cuando zarpó desde Casablanca en el buque Serpa Pinto. Durante décadas permanecieron en posesión de la familia Aguilar, y posteriormente fueron heredadas por el cineasta Benjamín Tarver. Finalmente, la también cineasta Trisha Ziff les convenció de que las entregaran al International Center of Photography, fundado por Cornell Capa, hermano de Robert. La noticia de la aparición de la maleta saltó en octubre de 2008, pero no fue hasta 2011 cuando el ICP decidió mostrarlas al público en una exposición.
Como las imágenes rebotadas por la agencia EFE tenían una excelente calidad y resolución, el zoom permitía leer las descripciones de los negativos. Anduvimos muy rápidos y fue uno de esos momentos en la vida de un periodista en el que, a pesar de estar encerrado en la redacción, uno siente que ha merecido la pena haber elegido este oficio. Primero escribí un post en lo que por aquel entonces era mi blog periodístico, que sirvió como adelanto del reportaje que al cierre de la edición enviamos a la rotativa. Al día siguiente, a petición de varios internautas, publiqué las pocas fotos que habían llegado a través de la agencia.
La Guerra del 36 golpeó directamente a todos mis ascendentes contemporáneos, tanto por parte materna como paterna. En las cocinas de mis abuelas he oído desde pequeño historias tan trágicas como interesantes. Mi amona fue víctima del cruel bombardeo de Durango, donde mi aitona resultó gravemente herido. Como periodista y nieto, saldé mi deuda con aquella historia en el 70 aniversario de la barbarie. Todos sus hermanos combatieron en la CNT, participando desde el principio en la resistencia antifascista en Donostia junto con mi aitona.
Campos de trabajo, presos en el tristemente célebre Acorazado Cervera, fusilamientos en Palencia… Todos ellos lucharon en defensa de la República en las filas de la CNT (Batallón Bakunin y Talleres de Guerra) , de la UGT (Batallón Amuategui) y del PNV (Batallones Kirikiño, Ibaizabal y Arana Goiri), y sufrieron directamente el golpe de la sublevación fascista. Hasta el cura de la familia participó en la resistencia como Capitán de Capellanes.
Al poco de publicar la noticia, me acordé de que en casa me habían hablado en numerosas ocasiones de unos álbumes de fotos de mi tío-abuelo Miguel Cañizal, el tío cura, que mi amama eibarresa había guardado durante años en el desván y que finalmente regaló a mi padre. Los álbumes contienen cientos de fotos inéditas que son un auténtico tesoro. Hay numerosos testimonios gráficos de la Guerra, su estancia en el Vaticano, su destierro en Lesaka, su viaje a Argentina en el famoso buque Juan de Garay y otros momentos de su intensa vida.
Conocí al tío-abuelo cura cuando yo era muy pequeño, y apenas guardo un vago recuerdo. Sé que fumó prácticamente hasta el día de su muerte y que tenía un carácter muy fuerte. Estuvo destinado en el Vaticano como corresponsal del Obispado de Vitoria antes de ser ordenado, y además de un gran viajero era, por lo que se ve, un buen fotógrafo. Miguel era un personaje inquietante.
Muchas de las fotos que encontré mostraban la crudeza de la guerra. A pesar de que los momentos fotografiados parecen distendidos, cada vez que las miro me invade la misma sensación. Es algo que va mucho más allá de lo épico o supuestamente heróico de una guerra. Es como si esos momentos de risas, compañerismo y trabajo, o empuñando las armas para posar en una foto, escondieran detrás un gran drama. Esa calma tensa previa o posterior a una batalla, esa larga espera…
Hay una en concreto que me cautiva especialmente. La llamo «El soldado desconocido», en la que un gudari agacha un poco la cabeza en un gesto de timidez frente a la cámara de mi tío abuelo. Parece envuelto en sirimiri o niebla, como si llegara de una larga marcha por un camino embarrado. Su mirada, esa media sonrisa, representa para mí algo así como la vida que se le robó a toda una generación. Y me produce una profunda tristeza.
Algunas de las fotos más conocidas de la Guerra Civil en el País Vasco fueron sacadas por Indalecio Ojanguren Kajoitxu, un ilustre fotógrafo y montañero eibarrés. Es curioso, porque Miguel Cañizal e Indalecio Ojanguren fueron dos fotógrafos paisanos coetáneos. Y aunque desconozco si llegaron a conocerse (todo apunta a que sí, según mi ama), me atrevería a decir que sus fotos estaban destinadas a encontrarse. Aunque sea en este humilde blog.
La conexión entre Ojanguren y los hermanos Cañizal van más allá, porque en una de sus fotos más célebres, que representa la llegada del sufragio universal con motivo de la votación del Estatuto, aparece mi otro tío abuelo Isaías Cañizal, periodista como yo. En esa foto Isaías, quien luchó en el Batallón Arana Goiri, aparece tomando notas en una mesa electoral.
Las fotos de la guerra más conocidas de Kajoitxu muestran el estado en que quedó la Villa Armera, tras un bombardeo aéreo que se considera el ensayo de Gernika. Existen otras muchas que muestran los destrozos del Santuario de Arrate, el bombardeo de Amorebieta, el socavón que dejó una bomba en una calle de Eibar, un discurso de Indalecio Prieto en el Ayuntamiento, el batallón socialista Amuategui y las trincheras de Akondia y Kalamua. Algunas de las fotos inéditas de mi tío-abuelo están localizadas en esas mismas trincheras, y parecen mostrar las dos caras de una misma historia.
Al igual que hice en aquella ocasión con las fotos de Robert Capa y sus compañeros, he tratado de extraer la información que esconden estas fotos. En una de ellas puede verse un camión con un rótulo que dice «Eibar-Anzuola». En otra, en el que el retratado lleva un curioso gorro al estilo ruso, se lee «Kirikiño 4ª», que es la compañía en la que Miguel ejerció de Capitán de Capellanes. Aparece, asimismo, un caserío en el que parece que se refugiaron.
En algunas de las fotos aparece el propio Miguel, ya sea conversando con lo que parecen ser otros curas (es el que luce una insignia con la ikurriña en la txapela), hablando con los soldados en frente de un caserío, posando en un coche… Son decenas de fotos y aquí solo he subido algunas, pero me encantaría que alguien me ayudara a identificar las localizaciones.
El batallón que nos ocupa recordaba con su nombre a Evaristo Bustinza, alias Kirikiño, un escritor vasco fallecido para cuando comenzó la guerra. A mediados de enero de 1937 el batallón estaba aún incompleto, con un total de 342 gudaris encuadrados. Se completó poco después y quedó bajo el mando del comandante Francisco Gorritxo. El batallón Kirikiño estaba acuartelado en la Residencia de los Jesuitas de Durango.
En la ofensiva franquista sobre Bizkaia, el Kirikiño destacó en la defensa de las posiciones de Elgeta. Más tarde sufriría una veintena de bajas en el bombardeo de Arbazegi. También participó en la batalla del monte Sollube y sufrió un fuerte bombardeo aéreo en Meñaka. El 11 de junio del año 1937, al inicio de la ofensiva final sobre Bilbao, la compañía se encontraba cerca de Gamiz-Fika, dónde sufrió numerosas bajas (unas 200) incluyendo muertos, desaparecidos, prisioneros y heridos.
Muy diezmado, el batallón pasó a acuartelarse primero a Algorta y después a Deusto, pasando a posicionarse el día 18 en la margen derecha de la ría bilbaína, por Olabeaga. Dos meses después , el Batallón Kirikiño desaparecía, capturado tras la caída de Santander.
Buceando en Internet he encontrado más información de la esperada sobre mi tío-abuelo cura. Algunas de las informaciones tienen que ver con la guerra, otras se refieren a su exilio en Sudamérica, y también existen algunas curiosidades y anécdotas.
Una de las que más gracia me hace es la referencia que he encontrado en un foro del diario deportivo As, en el que se refieren a él como «inefable lingüista, fumador incansable y cura, don Miguel Cañizal» o « sacerdote, excelente tertuliano, malaleche y exigente en el campo gramatical…»
También he encontrado numerosos recortes del diario fuerista «La Constancia» y «El Día» (anteriores a la guerra) en los que se hace referencia tanto a Miguel como a su hermano Isaías, con motivo de despedidas por cambio de destino, homenajes, banquetes e incluso obras teatrales protagonizadas por ambos.
Curiosamente, su padre Rafael Cañizal (mi tatarabuelo) fue testigo del bautismo de Luis Villasante, escritor, lingüista y miembro de la Real Academia de la Lengua Vasca, Euskaltzaindia. Miguel Cañizal escribió, asimismo, un libro sobre el retablo mayor de la ermita de Arrate, que se puede encontrar online. En este otro documento, figura como socio de la sociedad Eusko Ikaskuntza.
Miguel sufrió las represalias del franquismo y acabó desterrado en Lesaka, donde fundó la sociedad deportiva Beti Gazte. Tras varios años en la localidad navarra, decidió pasar a Francia, donde embarcó como capellán del buque Juan de Garay. En ese momento comenzó su viaje por Sudamérica que le llevó a Argentina, República Dominicana y Puerto Rico.
Sobre su exilio existe abundante información en Internet. Según indica el libro «La Guerra Civil en Eibar y Elgeta«, entre 1941 y 1947 estuvo en La Plata (Argentina). Los últimos años de su carrera los pasó siendo profesor en los colegios La Salle y Aldatze de Eibar, a donde acostumbraba desplazarse, sotana al viento, con su moto Lambretta.
En el libro «El exilio en la conformación del clero argentino. El caso vasco (1840-1940)«, que he encontrado en la Biblioteca Virtual Cervantes, se señala que «llegado en 1941 a la diócesis de La Plata, permanecía en ella todavía en 1947, según se indica en la Guía Diocesana del Obispado de Vitoria de esa fecha. En 1954 se hallaba ya de vuelta en el País Vasco, pues era nombrado capellán de las carmelitas de Zumaya«.
También aparecen referencias a Miguel en en la revista «Hermes» de la Fundación Sabino Arana: «Por la tarde en el Centro Laurak Bat se celebrará un acto dedicado también a la memoria del P. Markiegui, en la que harán uso de la palabra D. Pedro de Basaldúa, el Pbro. Miguel Cañizal de Arco y el delegado del gobierno de Euskadi, D. Ramón Ma. De Aldazoro».
Murió en Donostia en 1984 y su legado fotográfico quedó en el desván de mi amama hasta que un día decidimos rescatarlo y sacarlo a la luz.