Aquel viaje por Sri Lanka se desarrolló al filo de la época de los monzones, pero tras los primeros días soleados, de pronto cayó una tromba de agua que no cesó en varios días. Habíamos llegado a Colombo, la capital comercial de la isla, bajo una intensa lluvia, y apenas habíamos tenido oportunidad de visitar la ciudad. Al atardecer el cielo comenzó a despejarse y decidí perderme en esta urbe de 650.000 habitantes siguiendo la luz de la puesta del Sol. Lo que no sabía es que esa persecución me depararía, además de una preciosa estampa de la ciudad al ocaso, una intensa noche de fiesta y drama en Colombo bajo la luna llena.
Nada más apearme del autobús me di cuenta de que el Sol estaba a punto de ponerse, y tras el lluvioso día, comenzaba a dibujarse un atardecer de tonos rojizos. El cielo se había despejado un poco y momentos antes de esconderse el Sol se reflejaba en la parte inferior de las nubes, propiciando ese fenómeno que algunos llaman «candilazo«. Los edificios de la capital comercial de Sri Lanka me impedían fotografiar el atardecer, así que decidí caminar en dirección al Oeste buscando la puesta del Sol. Me adentré en una zona industrial y finalmente, en el momento preciso, la silueta de la ciudad se abrió para mí en las inmediaciones del Lago Beira, en el corazón de Colombo.
Estaba fotografiando el reflejo del cielo y de los rascacielos en el agua cuando, de pronto, escuché unas risas al otro lado de una valla que separaba la orilla del lago de un complejo de edificios. Se trataba de un grupo de chicas y chicos, unos adolescentes, ataviados con atuendos tradicionales y hablando entre sí. En cuanto me vieron, identificaron mi inconfundible pinta de un guiri, se sorprendieron de verme por allí y se acercaron para entablar conversación en inglés. Les pregunté si había una fiesta, y me contaron que estaba al lado de la escuela Saint Joseph’s College, un colegio católico fundado a finales del siglo XIX. por misioneros franceses. Aquella noche se iba a celebrar algo a lo que los chavales se referían como «drama». Una función, una mezcla de teatro, música y danza.
Consulté si era posible acceder al recinto, una especie de estadio cubierto en el que se iba a desarrollar el espectáculo. No tardaron en invitarme a pasar, contentos de que un forastero se interesara por la función que, por otra parte, ellos mismos iban a protagonizar. El propósito del evento era recaudar fondos para la escuela, así que pagué una entrada de 1.000 rupias (unos 6 euros) y crucé la puerta del recinto. De repente me encontré en un enorme auditorio en el que cientos de personas aguardaban para ver a los chavales actuar.
En primera fila estaba sentada lo que parecía la comitiva de autoridades, y pronto las gradas comenzaron a llenarse de público, entre el que se encontraban muchos padres de los chavales que iban a actuar. Me senté al lado de uno de ellos y estuvimos hablando durante un buen rato. Dos de sus hijos actuaban aquella noche, y estaba visiblemente emocionado. Al rato comenzó la función, y me colé entre los cámaras y fotógrafos que estaban al pie del escenario. En Sri Lanka existe una larga tradición de danza y teatro, con varios géneros populares muy conocidos cuyos orígenes se remontan a los rituales tradicionales y populares. Sin quererlo, aquella noche tuve la oportunidad de presenciar en vivo una muestra de esta tradición tan arraigada.
Las funciones se sucedieron, con numerosos dramas y más de una tragedia interpretada por jóvenes de diversas edades. Aquél fue, en realidad, el único drama del que fui testigo esa noche. Teatral, pero drama al fin y al cabo. Tras disfrutar de varias funciones, decidí salir al exterior. Una señora se acercó a mí y me ofreció muy amablemente la cena que, al parecer, se incluía en la entrada. Un pequeño y especiado piscolabis vegetariano que engullí muy agradecido. El espectáculo duró una hora más y la gente comenzó a retirarse poco a poco, desapareciendo en las serpenteantes callejuelas de Colombo en una noche de luna llena.
Tras mi escapada, había quedado con el grupo con el que viajaba en un local de moda de la zona, llamado The Floor by Oh!, que nos recomendó nuestro guía Rakitha de Ceylon Roots. Sin duda, un gran conocedor de la noche en Sri Lanka y sus secretos. Decidí parar un tuk-tuk y negociar la tarifa del trayecto, y en pocos minutos estaba ya en el bar. Pero no habíamos caído en la cuenta de que en pocas horas comenzaría el Día de Poya (así, como suena), que es como se conoce en Sri Lanka el Uposatha, una festividad religiosa budista instaurada en los tiempos de Buda. Se celebra de acuerdo al calendario lunar, coincidiendo con la Luna llena.
El Día de Poya se dedica a la meditación, y está prohibido el consumo de alcohol y de carne. Esto quiere decir que a las 24:00 horas de aquel día de septiembre los bares cerrarían sus puertas y que, por tanto, nuestras expectativas de fiesta y mis intentos por conocer la noche en Colombo podían irse al traste. Ante la previsión de que aquel bar cerrara en un par de horas, decidimos finalmente reunirnos en el hotel e improvisar sobre la marcha.
En los pubs de Sri Lanka es costumbre abonar en la puerta una entrada que incluye varias consumiciones, así que tuve que esforzarme (es broma) y tomarme varias cervezas antes de mi salida precipitada. Me dirigí al Hotel Berjaia, en el distrito Dehiwala-Mount Lavinia, situado en primera línea de playa, solo que separado de esta por una línea de ferrocarril que atraviesa la ciudad de Norte a Sur. Se encuentra a unos 30 minutos del centro en tuk-tuk, la medida nacional para las distancias en Sri Lanka.
Moverse en Colombo es muy fácil, porque siempre hay algún tuk-tuk presto a llevarte por un módico precio. Si algo no falta en Sri Lanka son los tuk-tuks, que abarrotan carreteras y calles y ofrecen sus servicios a locales y foráneos. Es sin duda la mejor forma de moverse por la ciudad, toda vez que se haya negociado una tarifa razonable. Como es lógico, los conductores tratan de subir un poco los precios cuando el que pregunta es un turista. Pero negociando un poco, y pagando un pequeño plus por la condición de guiri (aquí lo llamaríamos tasa de turista) enseguida entran en razón. La competencia es feroz y el cliente se lo puede llevar el conductor de al lado, que sigue con atención la evolución de las negociaciones y espera su turno como un cocodrilo a orillas de un río a punto de ser atravesado por una manada de ñus.
El coste de un trayecto de unos 5 minutos en tuk-tuk en Sri Lanka debería salir por unas 150 rupias (unos 90 céntimos de euro), y uno de 10 minutos unas 250 (1,5 €). Yo pagué muy a gusto las seiscientas rupias (tres euros y medio) por un trayecto de unos 30 minutos que disfruté como un niño. Por lo que se ve, los locales para turistas se saltan con más facilidad las directrices del Día de Poya, por lo que estuvimos un buen rato en un chiringuito a pie de playa. Pero nos quedamos con ganas de más.
Los bares de deportes son todo un clásico en Colombo: El Cricket Club Café, el Gymkhana Club y el Cheers Pub del Hotel Cinnamon, entre otros. Pero no todos siguen abiertos durante el Día de Poya. Quizá por celebrarse el Mundial de Rugby, la coincidencia quiso que aquella noche sagrada permaneciera abierto el bar del Ceylonese Rygby & Football Club, pues era una de las pocas opciones abiertas de las muchas que a buen seguro nuestro joven guía Rakitha conoce para salir de fiesta en Sri Lanka. El bar estaba bastante lleno y la gente disfrutaba de la noche del sábado más o menos en privado, ajena a la celebración religiosa y quizá lejos de su mirada. En la televisión se estaba retransmitiendo el partido de Gales contra Inglaterra del Mundial de Rugby de 2015.
Fue curioso porque, al igual que yo, los srilankeses animaban a Gales. Según pudimos comprobar durante nuestra estancia, aún existe un cierto resquemor hacia los ingleses, los últimos colonizadores de la Isla después de China, Portugal y Holanda. Una suerte de pique, o como se le quiera llamar, igual que en otras tantas colonias que han tenido enfrentamientos con sus colonizadores. Es decir, la mayoría. Aquella noche Gales venció a Inglaterra (25-28) en el estadio de Twickenham tras una épica remontada, y la celebración deportiva se impuso a la budista en Sri Lanka. O quizá debería decir que una religión se impuso a la otra…
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Club Marco Polo ofrece varias opciones para Viajar a Sri Lanka.
- La Perla de Oriente (12 días).
- Escapada romántica (14 días)
- Sur de India y Sri Lanka (24 días) [/toggle]
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Este reportaje ha sido posible gracias a Club Marco Polo y Viajes Azul Marino, quienes facilitaron todas las necesidades para poder realizar el viaje.
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