La pista que lleva de Morondava a Bekopaka en el llamado salvaje Oeste malgache es una de las pocas formas de llegar a los famosos Tsingys de Bemaraha, una de las principales atracciones turísticas de la zona. Es, además, una importante arteria para los habitantes de esta parte de Madagascar, en la que las camionetas repletas de productos y gente se cruzan con carros tirados por cebúes. A medida que se avanza sobre ella, la pista va mostrando las costumbres y formas de vida de la población local y ofrece algunas pistas del devenir diario de los malgaches. Es la autopista que lleva a los Tsingys, no sin antes cruzar los ríos Tsiribihina y Manambolo a bordo de unos rudimentarios transbordadores. A pesar de ser cerca 200 kilómetros de distancia, es necesario prácticamente todo el día para llegar de un punto a otro, unas 12 horas. Porque en Madagascar las cosas hay que hacerlas al son de su más conocida expresión: Moramora.
El punto de partida es la localidad costera de Morondava, en el extremo Oeste de Madagascar, en la orilla insular del canal de Mozambique. Con sus numerosos hoteles, restaurantes, garitos, tienditas y una animada vida nocturna, es lugar de paso obligado para muchos turistas. Dentro de sus dominios se encuentra la célebre Avenida de los Baobabs, que marca el inicio y fin de la travesía por esta polvorienta pista del Oeste malgache.
Nada más salir de Morondava y adentrarnos en la pista nos encontramos con un control policial. Frente a los cuerpos fibrosos y delgados de la población local, contrasta el cuerpo de policía, que hace gala de una buena alimentación en sus filas. Según nos han dicho, a mayor rango mayor es la barriga de los agentes que custodian las diferentes barreras que hay que rebasar para llegar a nuestro destino. Lo comprobamos. Ser policía te da cierto estatus por estos lares, y al parecer también algunos cuencos rebosantes de arroz.
La carretera que lleva de Morondava a Bekopaka es muy irregular. Comienza siendo una polvorienta pista de tierra por la que se transita relativamente bien en vehículos 4×4 pero por momentos empeora y es necesario contar con un conductor experto para salvar los obstáculos que se encuentra a su paso. Las infraestructuras en Madagascar, o la ausencia de estas, y la gestión que la administración hace de las mismas merecen mención aparte. De pronto una tarde te encuentras con enormes socavones en una carretera de asfalto, que obligan al conductor a reducir casi hasta detenerse. A los dos días observas cómo los mismos huecos están siendo rellenados por un grupo de operarios, algunos de ellos rozando la adolescencia, con los restos de gravilla que se han acumulado a un lado como consecuencia del paso de los vehículos. Y uno se pregunta ¿cada cuánto tiempo se repetirá la operación?
En cualquier caso, la arcillosa pista que nos atañe es pura fuente de vida. Como si de un río se tratara, unos pocos poblados florecen a uno y otro lado de la carretera. Los caminantes surgen de la nada, se hacen a un lado y saludan al paso del convoy formado por 4 todoterrenos. La pista atraviesa el norte de la región de Menabe y en los últimos kilómetros se adentra en Melaky, ambas mayoritariamente habitadas por la etnia sakalava, que se extiende sobre todo la parte central de la costa Oeste de Madagascar. Las casitas de ladrillo de adobe de las Tierras Altas han dejado paso a las chabolas construidas con lo que me pareció hoja de palma, caña, paja y arcilla.
La Avenida de los Baobabs es probablemente una de las atracciones naturales más concurridas del recorrido. Al atardecer, turistas y locales permanecen apostados en el lado Este de la carretera a la espera de que el sol se ponga justo detrás de los baobabs, por el Oeste, como suele acostumbrar. Decenas de cámaras aguardan el momento idóneo para captar una de las imágenes más codiciadas de Madagascar. Un poco más adelante se encuentra el Baobab Amoroso, cuya malformación, fruto de una enfermedad, le ha valido fama mundial y millones de reproducciones en miniatura talladas en madera. Pero el más célebre de todos estos árboles es el Baobab Sagrado, venerado por los habitantes locales. A sus pies se realizan las fombas, ofrendas en forma de flores, dinero o toaka gasy (un destilado tradicional malgache parecido al ron). Se cree que el Baobab Sagrado es lugar de enterramiento de un rey y que tiene el poder de intermediar con los ancestros, los razana, que tanto influyen en la idiosincrasia de la vida malgache.
Tras varias horas de recorrido en el que abundan los baobabs, la pista llega a orillas del río Tsiribihina, uno de los momentos más emocionantes del viaje. Puesto que no existe ningún puente que lo cruce, el transporte entre un lado y otro de la orilla se hace bien en barca o bien en unos peculiares transbordadores. Es, aunque en manos privadas, el transporte público del Tsiribihina. De hecho, hay transbordadores del gobierno amarrados en las orillas, pero permanecen inactivos por falta de mantenimiento, de forma que algunos se las han ingeniado para facilitar el paso entre la orilla Norte y la orilla Sur. Los transbordadores están formados por varias embarcaciones estrechas unidas entre sí, propulsadas por unos destartalados motores a los que sacan chispas, y cubiertas por unas tablas de madera sobre la que cargan vehículos y personas, incluidos los turistas. Los locales aprovechan para cruzar en cada viaje en estos transbordadores, previo pago al «pica» fluvial que se encarga de recaudar los pasajes.
Un niño permanece con semblante serio apoyado en uno de los todoterrenos del grupo de turistas que viaja en el transbordador. Parece tener una misión importante que cumplir. Tímido, en una de sus manos sujeta un sobre y un bolígrafo, y en la otra unos pocos billetes con los que, es de suponer, tiene previsto abonar el sello. A medio viaje, apoya el sobre en la capota del todoterreno, escribe una dirección y en un desafortunado descuido un billete se desliza entre sus dedos y acaba cayendo bajo las tablas de madera. El muchacho extiende su brazo y finalmente consigue recuperar el billete, aliviado, con una gota de sudor en su frente. El sol aprieta y no hay sombra para guarecerse. Una persona le ofrece la botella de agua que lleva en la mochila. El chaval acepta con gesto agradecido, pero igualmente tímido, bebe un sorbo cuidando de no terminar con las existencias y se lo devuelve con media sonrisa en su rostro.
Al otro lado se encuentra la poblada localidad de Belon’i Tsiribihina (Belo Sur Tsiribihina en francés), una comuna de unos 70.000 habitantes. El 60% de la población vive de la agricultura (sobre todo del cultivo del arroz, las habas y los garbanzos) y el 20% de la ganadería. Los servicios emplean a un 10% y la pesca a otro 10% de la población. Es un importante puerto fluvial, en el que se carga buena parte de la producción agrícola para atravesar el río en barcazas. Un grupo de mozos se afana en estibar varias embarcaciones cargando enormes sacos a sus espaldas. Unos pocos granos se escurren a través de la rasgadura que ha sufrido uno de los sacos. Son cacahuetes, y están aún sin tostar. En la otra orilla les esperan varios camiones, en los que deberán volver a cargar la mercancía para dirigirse a Morondava, donde la Route Nationale 8 (RN8) confluye con la RN35, una de las vías de comunicación que une el Oeste de Madagascar con el resto de la isla.
Un bautizo a orillas del río nos recibe en Belon’i Tsiribihina. El pastor sumerge en el agua la cabeza de una señora de cierta edad, mientras una comitiva observa desde tierra, otros sacan fotos con su móvil y un grupo de hombres y mujeres de las más variadas edades hace cola para esperar su turno. A pesar de los más de 70.000 habitantes censados en 2001, la ciudad no parece mucho más grande que un pueblo, aunque el bullicio que se observa en el puerto y en el mercado da buena muestra de la cantidad de gente que vive en los alrededores. Numerosas iglesias destacan sobre las pequeñas construcciones: La Adventista del Séptimo Día, la Iglesia Pentecostal, La Iglesia Católica… Sin duda hay más iglesias que hoteles. Según datos de Casa África, el 50% de la población de Madagascar rinde culto al animismo, el 43% son cristianos (divididos casi al 50% entre católicos y protestantes, con una minoría de ortodoxos) y el 7% musulmanes (sobre todo en el Norte). De todos modos, la práctica del cristianismo malgache mantiene importantes influencias de las creencias animistas y sus ritos.
Si hay un templo con solera en Belon’i Tsiribihina ese es el Hotel du Menabe, el alojamiento más antiguo de la ciudad, en el que además de alquilar habitaciones sirven unos excelentes almuerzos y cenas. Nos reciben Denise y Spyros, quienes regentan actualmente el hotel. La primera es una ciudadana de Reunión y el segundo un señor griego, de nombre Spyridon, que huyó a la isla para evitar hacer el servicio militar en su país. Su padre, de nombre Zambico, fue un comerciante de tabaco que llegó a Madagascar en 1946. Adquirió el hotel de manos de su primer dueño, Emmanuel Franghadakis, otro griego que llegó a Belon’i Tsiribihina en 1920 siguiendo a las tropas colonizadoras de Joseph Gallieni, un militar francés con una importante participación en operaciones de colonización llevadas a cabo por Francia. Fue Franghadakis quien levantó el hotel anticipándose a la explosión del incipiente mercado del tabaco. Sea como fuere, en el restaurante sirven un exquisito marisco a la parrilla a un módico precio para el bolsillo occidental, tienen un abundante y frío stock de cervezas Three Horses Beer y la simpatía de Denise hace que uno se sienta como en casa. Aún diré más. Incluso hay un futbolín en el que se puede echar una partida antes de la comida…
El Oeste malgache es el África de la isla, acierta a describir Alex, de Viatges Tuareg, uno de mis compañeros de ruta. Se percibe no solo en los rasgos de las personas, también en el estilo de vida. Madagascar fue poblado primero por personas llegadas de Asia, allá por el siglo IV después de Cristo, pese a que el continente africano, a través de Mozambique, está mucho más próximo a la isla. 416 kilómetros frente a los 5.500 que hay hasta el punto más cercano de Indonesia, en la isla de Siberut. En buena parte de la isla las personas conservan los rasgos y las costumbres del Sureste asiático y una lengua del tronco malayo-polinesio. Postriormente se dieron migraciones de la etnia bantú procedente de África, en la Edad Media llegaron los primeros comerciantes persas y en el año 1.000 los árabes. En la parte central del Oeste de Madagascar la población pertenece mayoritariamente a la etnia sakalava, resultado de la unión de pequeñas etnias que dieron origen a su ya eextinto reino. Existe una teoría que defiende que el nombre deriva del árabe saqaliba, que a su vez proviene del latin sclavus. Los rasgos africanos predominan frente a los asiáticos entre los salakava, y el dialecto malgache que hablan contiene numerosos préstamos del bantú.
Dejamos atrás Belo Sur Tsibirina para adentrarnos en la zona más salvaje de nuestro viaje, una especie de sabana que se extiende hacia el Este de la pista. Si no fuera porque la fauna de la isla es predominantemente endémica, uno no se extrañaría de ver elefantes, cebras y jirafas paseando por allí. Pero Madagascar no es país para leones. El mayor mamífero carnívoro es el fosa, el principal depredador de los lémures después del ser humano. Hacemos una parada en un pequeño poblado para descansar y saludar a la gente. Nos recibe un grupo de mujeres y los niños.
Los pequeños se ofrecen para que les hagan fotos, sabedores de que esto les da cierta legitimidad a la hora de pedir un bonbon, un caramelo en francés. Los niños reciben al foráneo con ilusión y risas, pero generar grandes expectativas puede acarrear también grandes desilusiones y afortunadamente la costumbre de ofrecer caramelos está cada vez más desterrada entre los turistas. Hay otras formas de ayudar y, de hecho, las agencias que se encargan de recibir al turista, y ofrecerle servicios a la europea con pinceladas moramora, también colaboran en el desarrollo local. Generan trabajo y en ocasiones llevan a cabo labores de corte humanitario, facilitando medicamentos a estas poblaciones aisladas.
La vida, en apariencia, transcurre entre contemplativa y ajetreada en Madagascar. Y digo en apariencia, porque no conozco a fondo los entresijos de la vida malgache. Según dicen, el paso por la tierra no es más que un trámite en el viaje para convertirse en razana. Y convertirse en ancestro requiere que uno muera previamente, de forma inevitable. Mientras esto ocurre, unos llevan cebúes de un lado a otro, unas mujeres cargan productos sobre su cabeza, cultivan los arrozales, transportan la mercancía o acuden al mercado semanal… Y sobre todo se preocupan por tener descendencia, pues esa es la llave que les abrirá las puertas para convertirse en razana
En realidad, diría que se conforman con poco. Y quizá es eso lo que los hace felices. Si no hay bonbon, piden un bolígrafo y como tampoco lo consiguen, bien está la botella de plástico o un poco de crema solar en la nariz. Lo que quieren es jugar. Lo menos que se puede hacer es sacarles una foto, para la que a buen seguro posarán con toda su simpatía, y enseñársela al momento gracias a las facilidades que hoy nos ofrece la tecnología. A cambio, el fotógrafo recibirá risas y comentarios ininteligibles para un vazaha, un guiri en idioma malagasy. Si algo no les falta a los niños malgaches es la alegría de vivir. Y son expertos en contagiarla.
La ausencia aparente, y a primera vista, de situaciones extremas de hambre puede hacer pensar al forastero que en Madagascar las condiciones de vida no son «tan malas» como «cabe esperar» de un país subsahariano. Pero la precariedad salta a la vista y algunos datos ayudan a arrojar luz sobre la situación real. La esperanza de vida en Madagascar es de 65 años, por encima de algunos de sus vecinos africanos como Mozambique (50) o Etiopía (63). Aunque deficiente, existe un sistema sanitario público en el país. El problema es que los hospitales están a menudo muy alejados de las poblaciones rurales, y que muchos de los tratamientos los tiene que abonar el propio paciente.
En Madagascar más del 92% de los alrededor de 18 millones que conforman la población total del país vive por debajo del umbral de pobreza de 2 dólares al día. Así que es muy difícil que puedan costearse ciertos tratamientos. En 2013, el gasto público per capita en sanidad fue de 9 euros por habitante, lo que sitúa a Madagascar a la cola de la lista, en el puesto 176 de los 188 países analizados. El gobierno invierte solo el 11,84% del gasto público total en sanidad. Según el Índice Global del Hambre, la situación en Madagascar ha pasado de ser «alarmante» en 2014 a «extremadamente alarmante» en 2015, situándola en el puesto número 7 del infame ranking global. Es de suponer que este índice se ve afectado con las sequías cíclicas y las consecuentes hambrunas que sufre, sobre todo, el Sur la isla, como ocurrió en el año 2015.
Un cartel da la bienvenida al visitante en la comuna a la que hemos llegado, bajo el epígrafe siguiente: «Aldea libre de defecación al aire libre». A bote pronto, el mensaje choca. Se trata de un programa de la ONU para erradicar la defecación al aire libre en Madagascar. Y es que 9,6 millones de ciudadanos malgaches viven sin inodoros. Desde que echara a andar en 2010, el proyecto asegura haber eliminado por completo la defecación al aire libre en más de 12.000 pueblos. Y no es una cuestión estética, es una cuestión sanitaria. Las consecuencias se traducen en insalubridad y enfermedades. La campaña anima a los malgaches a dejar de defecar al aire libre y construir sus letrinas ante el déficit de saneamiento que sufre el país.
Creo no equivocarme cuando digo que la mayor pobreza la sentí en las grandes ciudades, sobre todo en la capital. Mucha gente ha decidido emigrar a la urbe siguiendo el aroma del «sueño malgache,» y como suele ocurrir muchas veces en estos casos, se han dado de bruces con la realidad. Da la sensación de que en las aldeas rurales es más fácil sobrevivir, por la cercanía que tienen hacia la materia prima, hacia la familia, por el estilo de vida… Por decirlo de alguna manera, parece que allí se pueda vivir más o menos bien con cuatro pollos, dos cebúes, algo de pesca arroz y maíz. Quién sabe. Aunque parezca un tópico, lo cierto es que la sonrisa y la vitalidad de la gente transmite mucha felicidad. Puede que en los niños sea algo inherente. Pero el resto… Como si de alguien que no se preocupa demasiado de su paso por la vida se tratara, y en consecuencia sabe disfrutarla. Es difícil explicarlo, pero estoy seguro de que hay algo que aprender ahí.
Madagascar tiene un potencial humano enorme, entre otras características que la podrían hacer mucho más próspera. Los datos de distribución de la población por edad son abrumadores: El 40,7% de la población tiene entre 0 y 14 años (un dato que explica de dónde salen tantos niños y niñas en Madagascar), el 20,6% entre 15 y 24 años, el 31% entre 25 y 54 años, el 4,2% entre 55 y 64, y el 3,2% más de 65, al filo de la esperanza de vida. La escolarización de todo este joven potencial es esencial para el desarrollo del país. Sin embargo, pese a que la tasa de escolarización en educación primaria ronda el 70%, ese porcentaje cae al 35% con la llegada de la educación secundaria. Ni que decir hay que solo la élite alcanza estudios universitarios, quizá ese 8% que vive por encima del umbral de la pobreza…
Continuamos rumbo a nuestro destino, la población de Bekopaka, para lo que tendremos que cruzar el segundo río, el Manambolo, en un trayecto fluvial mucho más breve que el anterior y técnicamente menos complicado. Pero parece que el río no va a ser el único obstáculo del camino. De pronto el convoy se detiene en medio de la pista. Parece que la carretera está intransitable y los jóvenes de las aldeas cercanas han ideado un sistema para ganar unos ariarys. Dado el estado de la vía principal, han creado una alternativa a base de machete, una pista paralela a través del bosque. En el suelo han colocado ramas y tablas de madera que facilitan la tracción de los vehículos. Sergi, director de la agencia receptiva Indigo Be, amante y explorador incansable de Madagascar, habla malgache de forma fluida. Y sabe cómo tratar estas cosas. Es, como diría él mismo, la «malgachada» del día. Baja del coche para negociar con ellos. Una barra de madera, apoyada sobre dos palos con forma de «Y», impide el acceso al camino. Los muchachos, cruzados de brazos sentados sobre la barra, piden 15.000 ariarys, unos cuatro euros por vehículo. Somos 5.
La conversación sube un poco de tono. Nuestro guía enarbola unos paquetes de tabaco, pero los jóvenes no se conforman. Entretanto, uno de los conductores de la agencia se remanga los pantalones y avanza sobre la pista, un barrizal inundado por la cercanía de un arroyo. Quiere comprobar si de verdad el camino está intransitable. A su vuelta, indica con gesto convencido que se puede seguir adelante, así que decidimos continuar por la vía principal ante la atónita mirada de los jóvenes, conscientes de que han perdido una oportunidad. Hasta que llegue un nuevo grupo de turistas.
Dicen que no hay que repicar las campanas antes de tiempo. Y justo cuando estábamos a punto de hacerlas sonar, nos topamos con un puente que ha quedado intransitable por la acción del agua, y ayudada quizá por la picaresca. No se sabe, y tampoco me atrevería a juzgarlo. ¿Acaso no hacen lo mismo quienes construyen variantes en Europa?. Pero en los peajes de Madagascar no hay trabajadores fijos, ni contratos indefinidos. A los dos días de nuestra llegada a Bekopaka, de vuelta hacia Morondava, nadie custodia ya la artesanal barrera. Solo un cartel, que indica el precio (esta vez son 10.000 aryaris), recuerda que allí se inventó el peaje de la polvorienta autopista del Oeste malgache. Era imposible cruzar el puente sin tomar la alternativa y por lo breve de la negociación cabe deducir que finalmente el convoy pago la tasa exigida.
Llegados a la orilla Sur del río Manambolo, solo queda sortear este último obstáculo para llegar a un confortable hotel estilo lodge, un descanso de lujo en medio de la nada en lo que a infraestructura turística se refiere. Los niños de un lado y otro de la orilla amenizan, una vez más, nuestra espera. Cargar, transportar y descargar cinco coches requiere su tiempo y en este caso dos viajes de transbordador.
En Bekopaka se encuentra la recepción del parque Nacional de los Tsingys de Bemaraha, una maravilla natural declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO que atrae cada vez a más visitantes. De camino al hotel, el humo comienza a asomar entre los tejados de las chabolas del poblado que rodea este puerto. Aquí se cocina en pequeñas hogueras, pero al menos no parece que falte comida que llevarse a la boca. El sol se pondrá en unos minutos y hay que aprovechar las últimas luces para cenar. Me fijo en la mesa que una mujer ha preparado. Una que no desmerece a la de muchas casas occidentales. Probablemente tengan más recursos que la mayoría de los malgaches, por estar cerca de uno de los atractivos naturales de mayor afluencia. Pero reconforta saber que esos mismos niños que han estado jugando contigo unos minutos antes les espera una buena cena.
Han transcurrido más de 12 horas desde que salimos desde Morondava. Ha merecido la pena. Ya nos advirtieron que en madagascar las cosas hay que hacerlas moramora, poco a poco, poliki-poliki, poc a poc...
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- Turkish Airlines vuela a Antananativo vía Estambul, con escala en Mauricio.
- La compañía turca opera 70 vuelos a Estambul desde Madrid, Barcelona, Valencia, Málaga y Bilbao.
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Viatges Tuareg ofrece varias opciones para viajar a Madagascar.
- Expedición Madagascar (24 días).
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- Recorriendo el sur de Madagascar (15 días)
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Esta experiencia ha sido posible gracias a la logística y apoyo de Viatges Tuareg, una agencia diferente que ofrece aventuras interesantes por medio mundo, no solo para disfrutar de los destinos sino también para conocerlos un poco mejor. La expedición ha contado con el apoyo de Turkish Airlines para las conexiones aéreas. Sobre el terreno, ha sido la agencia receptiva Indigo Be la que ha facilitado el desarrollo de esta aventura, con la ayuda de Sergi, un guía de excepción que además de mostrarnos esta parte de Madagascar nos ha ayudado a comprender mejor la realidad de la Isla.
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