Aquella noche decidí subir a El Alto, el municipio situado como su nombre indica en lo alto de La Paz (Bolivia). El lugar prometía un atardecer espectacular con las luces de la ciudad y el sagrado monte Illimani al fondo, y cuando terminé de tomar las fotos me dirigí de nuevo hacia la estación de teleférico que me había llevado hasta allá. Se había hecho de noche y el ambiente que se vivía en El Alto me cautivó, con sus humeantes hogueras y su ajetreo nocturno. Sin saber muy bien cómo, terminé en la caseta de una sabia amauta o amawta dispuesto a que predijera mi futuro mediante la lectura de la hoja de coca.
Había llegado allí desde la estación 16 de Julio Jach’a Qhathu, última parada de la línea roja del teleférico de La Paz. Mi visita debió pillarle por sorpresa a la mujer. La amauta me dijo que podía sacar fotos mientras ella no saliera, porque no estaba ataviada como un ritual en condiciones se merece. Iba de calle, y la verdad es que no eran horas. Todo el mundo comenzaba a retirarse en El Alto cuando en un oscuro solar varias fogatas prendidas en una especie de pebetero y unas casetas con motivos indígenas llamaron mi atención. Fui acercándome poco a poco, como aquel que no sabe si se está metiendo donde no debe pero embriagado por la curiosidad. Miré por la puerta entreabierta y llamé educadamente, al tiempo que daba las buenas noches.
Había varias casetas, con los nombres y los teléfonos móviles de las consejeras amauta pintados en sus paredes. Algunos carteles ofrecían, literalmente, «consultar la suerte en coca y naipe» así como «trabajos» relacionados con la salud, los negocios o los viajes. «Destruye maleficios«, «unión de parejas», «amarres fuertes para el amor«, concluía el rudimentario anuncio. De entre todas las casetas, me fijé en la menos ostentosa, en la que solo se leía «Consejo de Amawtas Inti Willka«. Por alguna razón, quizá por su austeridad, fue la que más confianza despertó en mí. Y también fue la puerta a la que, dubitativo, finalmente me dirigí.
Muy amable, la mujer me invitó a pasar y enseguida le comenté que sentía cierta curiosidad por la lectura de la hoja de coca. Los amawta o amauta son los sabios, maestros y consejeros de las culturas quechua y aymara. Pregunté si había alguna posibilidad de que me enseñara cuál era el fundamento de esta práctica, y me explicó que hacían diferentes tipos de trabajos y rituales, dependiendo del problema que se quisiera solucionar, o de aquello que se pretendía conseguir. Yo le expliqué que me gustaría que me hiciera una demostración, un trabajo pequeño como ellos dicen. Muy pequeño. Y ella accedió, pese a las intempestivas horas.
Le advertí que prefería tratar solo temas relacionados con el trabajo. Estas cosas me dan cierto respeto, porque creo que pueden condicionar la mente del ser humano. Sobre todo si algunas de las predicciones se toman al pie de la letra. No hay más que ver cómo se manejan los pitonisos en las televisiones y lo serio que se lo toman quienes a ellos acuden empujados por la fe, y normalmente motivados por alguna desgracia, miedo o deseo.
Mi único objetivo era asistir a la sesión de lectura de la hoja de coca sin tener que escuchar ninguna predicción negativa sobre mi futuro o el de las personas que me rodean, para no verme mentalmente afectado por el augurio. Porque debo admitir que para entonces estaba bastante sugestionado por el ambiente nocturno exterior, como por el lugar en el que me encontraba y la iconografía de la choza. Así que, de nuevo, dejé muy claro que en caso de hacerlo, hablaríamos solo de la faceta profesional. Del algo había que hablar y aunque la meteorología es el comodín de las conversaciones de ascensor, la predicción del tiempo definitivamente no es el tema para una caseta de una sabia amauta.
En el interior de la caseta, como si fueran dos asistentes del ritual, un par de enormes sapos de piedra velaban por el buen desarrollo del ceremonia. Era la misma pareja de batracios que había visto en el exterior, al lado de uno de los pebeteros y rodeados de algunas ofrendas como flores y alcohol.
Resulta que, en las cultura quechua y aymara, los sapos (conocidos jampatu o hampatu, escrito jamp’athu y hamp’atu) son seres mitológicos, símbolos sagrados de fertilidad, riqueza y buenos augurios. Las dos figuras de piedra, que representan a un macho y a una hembra, señalan la localización de un huaca, waka o wak’a, un lugar de culto para las creencias locales. Un lugar de poder, que dicen algunos. Sin saberlo, había llegado al mismísimo Waka Jampatu (Wak’a Jamp’athu).
La Pachamama (Madre Tierra) es representada por tres animales en el mundo andino: El puma, el lagarto y el sapo. Por explicarlo de una manera muy simplificada, los batracios realizan la función de conectar el Aka Pacha (este mundo) y el Manqha Pacha (el mundo de abajo). Estas costumbres y rituales ancestrales se ha mantenido hasta nuestros tiempos, y el jampatu sigue siendo una deidad muy importante dentro de la cosmovisión andina.
Las waka son lugares sagrados en los que, a menudo, se han dado fenómenos meteorológicos como rayos o remolinos de viento. Estos lugares han sido sacralizados con figuras de piedra que simbolizan jampatus, y constituyen un importante centro ritual y de peregrinación en Bolivia. Existen tres lugares principales de poder en la mitología andina: Los propios wakas, los apus (las montañas) y por último los apachetas, unos túmulos de piedra de forma cónica construidos como ofrenda a la Pachamama.
Según la visión andina del cosmos agosto es el mes de la Pachamama y es cuando más ofrendas se realizan en estos lugares, para dar gracias por lo recibido pero también para recibir buenas energías. Básicamente, el sapo es un símbolo de buen rollo, que además infunde energías positivas. Así que no hay nada de lo que preocuparse si un par de jampatus te miran fijamente durante una sesión de lectura de hoja de coca en El Alto. Al contrario.
El 21 de junio se celebra la llegada del Año Nuevo aymara, con ritos y ceremonias en muchos lugares sagrados de Bolivia que dan la bienvenida a los rayos del Sol. Uno de los lugares más concurridos es la a Wak’a Jampatu de la Avenida Panorámica, a la altura de la Iglesia Amor de Dios. Es esta zona de El Alto conocida como La Ceja donde se encuentran las casetas de las amauta, que realizan rituales a diario. Y es donde yo me encontraba.
Aquella noche, sin pretenderlo y como por arte de magia (o casualidad), caí precisamente en uno de esos lugares considerados de poder. Sin mayores misterios ni fenómenos extraños, mas lo cierto es que, pensándolo a posteriori (y quizá todavía hoy sugestionado por la experiencia), de alguna forma me sentí atraído por aquel lugar del que no había tenido noticia hasta entonces. La prueba es que allí es donde llegué tras haber estado observando el anochecer sobre las nevadas cumbres del monte Illimani durante un buen rato.
Desde entonces he tenido conocimiento de algunas iniciativas que quieren poner en valor la ancestral cultura mitológica andina de El Alto, a través de recorridos por diferentes lugares sagrados del área como el Mirador de Jilarata, la apacheta Chuchulaya, el mirador Atipiris y el mencionado Waka Jamp’atu. Los amawta son parte activa de este proyecto, que pone el foco también en turistas y visitantes foráneos.
Bajo el nombre de Ruta de Apachetas y Wakas Fausto Reinaga, pretende dar a conocer la visión cosmogónica de los pueblos nativos de Los Andes. Al final de la ruta cabe la posibilidad de realizar una waxta con un amauta, una mesa ritual de ofrenda a la Pachamama. En El Alto se ha celebrado incluso un seminario de turismo esotérico, y en julio de 2017 los amautas de la Avenida América inauguraron nuevos consultorios, renovando las antiguas casuchas. Parece que la cosa mística tiene tirón en El Alto.
Por otro lado, en La Paz tiene su sede la Fundación Machaqa Amawta, una entidad benéfica que promueve procesos educativos, productivos, organizativos y de investigación para mejorar la calidad de vida de los pueblos indígenas y la población en situación de desventaja tanto en áreas rurales como urbanas. Su nombre es el reflejo del respeto, consideración y confianza que se tiene hacia los amautas en Bolivia.
La lectura de la hoja de coca a la que yo asistí nada tuvo que ver con los charlatanes televisivos a los que estanos acostumbrados. Básicamente, asistí a la sesión de una consejera, alguien que escucha y ofrece consejo a quien lo necesita. He de decir que en mi caso no lo tuvo nada fácil, porque sinceramente no tenía o al menos no expuse ningún problema a la sabia amauta. Supongo que ese es el primer paso de toda sesión de lectura de la hoja de coca: Que haya un motivo para poder ejercer influencia sobre él.
Recuerdo que durante la conversación, antes de referirnos a asuntos más personales, me estuvo contando que formaba parte de una especie de asociación. También me dijo que incluso el presidente de Bolivia, Evo Morales, tenía a su propio amawta. Posteriormente supe que aquel chamán se vio envuelto en un oscuro caso de narcotráfico. Imagino que en esto de de los sabios amauta también hay de todo en la viña del Señor o, mejor dicho, en las plantas de la Pachamana. En las de coca, claro.
Durante el rato que estuve con ella, mientras me hacía preguntas o le contaba mi vida profesional, la mujer acarició con sus dedos un puñado de hojas de coca antes de dejarlas caer suavemente en varias ocasiones sobre el aguayo. Dependiendo de cuántas de ellas se posaban por una cara y cuántas por la otra ella iba dándome sus consejos, casi como si fuera un ritual de concentración más que de predicción. Y es que obviamente la lectura de la hoja de coca no tiene base científica ni facultades adivinatorias. Y así estuvimos charlando durante un buen rato. Ella haciendo su trabajo y yo el mío, inmortalizando el momento en unas pocas fotos.
No fue la sabia quien me dijera en un principio cuál era la tarifa de la pequeña sesión de lectura de la hoja de coca. Fui yo quien le preguntó desde un inicio. Porque lógicamente las sabias amauta también cobran por su tiempo, si el que lo ocupa tiene dinero para hacerlo. La tarifa puede variar dependiendo de las posibilidades del asesorado, incluso puede no haber tarifa. Y para ser el caso de un turista como yo, la verdad es que los honorarios me parecieron casi simbólicos. Conozco a consultores con tarifas bastante más elevadas y consejos menos valiosos.
En definitiva, todo lo que escuché durante la sesión de lectura de la hoja de coca fueron consejos razonables. Advertencias sobre posibles situaciones que más vale prevenir que lamentar. Diría que alguna, incluso, me ha sido útil desde entonces. Pese a mis reticencias iniciales, sí que hubo algún momento en el que los asuntos de la vida profesional y la personal se cruzaron, pero nada de lo que debiera preocuparme más allá de los meramente razonable.
Al terminar la sesión, nos despedimos, nos deseamos lo mejor y le pregunté a ver si podía llevarme las hojas de coca que había utilizado en mi lectura. Yo no sabía si era un tema sagrado o intocable, si había preguntado alguna estupidez. Pero ella accedió con la misma normalidad que si le hubiera pedido un vaso de agua. «Son solo unas hojas», debió pensar.
Y así transcurrió la noche en la que me dejé aconsejar por una sabia amauta en una sesión de lectura de la hoja de coca en El Alto, Bolivia. Desde entonces, guardo en casa las hojas de coca que me regaló, y de vez en cuando me recuerda los consejos que aquella sabia mujer me dio.
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